7 de septiembre de 2013

Triclinium: De karaoke en el Parlamento (06/09/2013)


Con su discurso de investidura nos dimos cuenta de que Susana Díaz iba a gobernar como una viuda entre ausencias y armarios sentimentales, volviendo los abrigos y los muertos para intentar darles otros veinte inviernos de uso. Quedaba por ver cómo se manejaba cuerpo a cuerpo en el Parlamento, esa taberna de espadachines. Si en su discurso apenas levantó la mirada del atril, como para no equivocarse en el conjuro que convertía calabazas en carrozas y el Antiguo Testamento en la Buena Nueva, ayer, sin papeles, estuvo igual de recitativa pero algo más suelta. Eso sí, limitada. Sólo tiene unas cuantas bolas en el bombo de argumentos y luego esa especie de diccionario confitero suyo con “futuro”, “esperanza”, “progreso” y otras algodonosas vaharadas que entona con soniquete, y con las que podría componer un musical en cada sesión. Griñán era funcionarial, como de tintero y lamparita, y Díaz es más de pasillo y sofá, de política y transacción privadas. En realidad no le van los escenarios. Ella intenta deslumbrar con la lira y a la vez ganar cierta dignidad institucional, aparecer moderada, repartir algo de regia condescendencia incluso. Pero parece un tenista al que han obligado a bailar o declamar. Se diría que sólo está de karaoke en el Parlamento.

Quizá Susana Díaz canta abstracciones porque le asustan o le pinchan los números. Le soltó muchos Zoido, números de paro, pobreza, PIB, déficit, deudas y desconchones. Pero, curiosamente, los números con los que ella contestó fueron inspirados por De Guindos. No se preocupen de los parados, porque las exportaciones, los índices de confianza empresarial y la inflación, que el ministro nos ha vendido como la última reencarnación del brote verde, han mejorado en Andalucía. Tuvo gracia que usara los recursos desesperados de De Guindos. Tanta matraca contra las prioridades, diagnósticos y recetas de Rajoy, y resulta que los únicos números que saca Díaz son los mismos con los que pretende salvarse el Gobierno del PP. Zoido quiso quitarse el complejo de interino y se pasó. Faroleó como un principiante al pedir elecciones con demasiadas ganas, pese a saber que ahora saldrían escaldados, y le leyó a Díaz el programa del PP andaluz. La verdad, viendo cómo está cumpliendo el gobierno del PP su programa electoral, la cosa llamaba a la guasa más bien. Insistió en la poca ética de este traspaso de poderes y vino a decir que Susana Díaz estaba allí por los ERE, como una ahijada del escándalo y del “modelo viciado del PSOE andaluz” que hereda. También leyó palabras pasadas de Griñán o de Chaves, indistinguibles de las de Susana Díaz, como ecos eternos, como fantasmas superpuestos. En el Parlamento andaluz pueden cambiar cargos, ahuecar asientos, moverse filas enteras de diputados como andanas de bodega, pero todo lo que se dice suena repetido, inmutable y quizá cadáver.

Fue una gran táctica del PSOE andaluz hacer que hablara Mario Jiménez. A su lado, Susana Díaz parecía hasta buen político. Tenía la cosa algo de juego del poli malo y el poli bueno. El sofismo a la vez matón y bobalicón, agresivo y ridículo de Jiménez, que dedicó su intervención a la “guerra sucia” del PP, convirtió en burla que luego Díaz acusara a Zoido de faltón. Entre faltones, cantores y sofistas, vamos aviados aquí. Para probar el progreso de Andalucía con los gobiernos socialistas, Díaz recordó que hace treinta años, “si la enfermedad entraba en una casa, entraba la ruina”. Se le olvidó cuando la Junta inventó la jeringuilla. Y el móvil. “Iré a poner el horizonte allá donde los ciudadanos lo necesitan”, cantaba. Nos va a gobernar Judy Garland. Al final se abrazó con José Antonio Castro, que antes había hecho poesía con las gachas que le daban, y parecían los dos el pacto estatuado en una mortecina piedad. “Es mi debate”, le había dicho antes, celosa, Díaz a Zoido, porque éste hablaba demasiado de Griñán. Su debate, su Junta, su Andalucía. A ver si es capaz de hacer con ella algo más que gorgoritos.

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