23 de febrero de 2013

Hoy viernes: El hemiciclo anegado (22/02/2013)



En la gallera de caoba, en el dormitorio de mármol de los abuelos de este país, donde hay serenas espigas masónicas pero también balas incrustadas en los ojos de las estatuas, la vieja política discutió con ella misma como un matrimonio. El Congreso de los Diputados, con pijos del barrio de Salamanca y desembarcados de Atocha o Chamartín, con algo de corrala y pensión madrileña, lleno de comadres, cerilleros y vendedores de medias, es la plaza de nuestra democracia y la pinacoteca de su decadencia. Aún me emocionan sus debates, aunque se digan tontadas. Hay algo, una acústica noble, como de capilla; una herencia alegórica de todos los que fueron haciendo el parlamentarismo y la democracia a partir de nuestros viejos pañolones, odios y supersticiones (con el Parlamento andaluz no me pasa eso: siempre pienso que tiene forma de bingo y suena igual). En el fondo quiero creer que se mantiene allí cierta dignidad de todos los que lucharon por la democracia y la libertad en este país suicida, pillo y canalla, y de los que lo siguen haciendo a pesar de que el sistema se haya atocinado en la corrupción, la incompetencia y el engolamiento.

El debate sobre el estado de la Nación se ha hecho como la batalla de dos galeones en el hemiciclo anegado. Es la vieja política, con sus viejos barbudos, sus viejos reproches y sus viejos balines, haciendo teatro del Siglo de Oro entre la miseria del pueblo y ladrones con mella. Ahora hay muchos ortodoxos que hablan de la antipolítica refiriéndose a la política que no es el bipartidismo aparatista y la partitocracia teológica que nos manda. Es cierto que hay nuevos anarquistones de plazoleta, y movimientos que quieren sustituir el voto por el jaleo y los contenedores dados la vuelta, y que tenemos esa izquierda perdida que aún no sabe qué es a pesar de lo antiguos que son ya los cascotes del Muro de Berlín. Pero también es cierto que entre la flauta y la greña, en los partidos eternos o nuevos, hay gente sensata que ha visto que no hay dogmas en esos papeles como marinos de la Constitución y que nuestra democracia tiene que cambiar en fondo y forma. Rajoy aún defendió la política tal como salió de los concilios de la Transición. Pero esa política ha fallado en muchas cosas. Las principales: la ruina del Estado autonómico (tal como se ha desarrollado, al menos), de la que Andalucía es un penoso ejemplo; y la corrupción sistémica por el desmesurado poder de los partidos. Rajoy aún se puso digno y hasta calderoniano, pero la prueba de que la corrupción y la búsqueda de impunidad no son anecdóticas es que los partidos diseñan y mantienen una Justicia controlada por ellos. Hay antipolítica, pero también hay política simple y valientemente reformista. Rajoy y Rubalcaba, como suelo decir yo, son ya dos señores de El Greco. Hablaron para ellos entre las reverberaciones, los fantasmas, los tiros y las glorias del Congreso. Pero allí, a pesar de todo, al final de todas las maderas y los siglos, yo digo que sigue oliendo a pueblo.

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