20 de agosto de 2012

Los días persiguiéndose: Veraneantes de la política (20/08/2012)


Los veraneantes de la política vienen con la mitad de la ropa, con el mapa perdido, con un solo cazo para todo, con el tiempo dividido entre la prisa y la pereza, con la propia condición de veraneante o de político derritiéndosele. No me refiero al político que se va a pescar truchas o a hacerse caracolas en la barriga ahora en agosto, cuando hasta los presidentes parecen churreros. No me refiero a Rajoy, que se ha ido al Rocío y parece que ha descubierto allí un Tíbet con geranios, la espiritualidad de un alma jilguera y unas verdades o emociones menstruales o ridículas como que “somos personas con alma y sentimientos”. No, los políticos veranean, aunque sea con el perro de la crisis ladrándoles en la siesta; se ponen camisa blanca, sudan la sonrisa y alguno incluso visita los espíritus de anteriores políticos acabados, como fantasmas escoceses, en palacios de señoritos y marismas en las que el sol se mueve en barcas egipcias. Pero el veraneante de la política es otra cosa. Es ese político o antipolítico precario o veloz o porteador o escapista o tormentoso, que aparece de repente con el estampado, el discurso y la cacharrería de temporada; que apura su tiempo, que aprovecha las rendijas del fresquito, ése que lleva un hatillo ligero, ése al que le quedan las horas y las palabras que le descuentan los autobuses, los horarios y un calendario con las lunas del mes desuñándose. No tiene que ser un político breve o con caducidad evidente; puede ser alguien que se presenta en su salud o efervescencia frutal, cuando toca, cuando llama algo en la naturaleza o en el ventazo o en la oportunidad.

Veraneantes de la política son ahora Sánchez Gordillo o Diego Cañamero, que se han inventado un carrito de helados gratis en la época de la sed y los dragones. Veraneante también me parece Mario Conde, que ha vuelto como si volvieran la Mirinda o Falconetti. Es verdad que aquí estamos acostumbrados al político y al partido eternos como un cementerio, y que cualquier cosa que se aleje del academicismo de la partitocracia nos parece algo zíngaro o bucanero. Pero hay que tener mucho cuidado con los que llegan con tanta soltura pregonando soluciones para todas las aflicciones y pestes justo cuando se para la música. Igual que no hay que dejar de desconfiar de los políticos acomodados que tacharán inevitablemente cualquier intento reformista de populismo, demagogia o involución. Este tiempo nos dará sin duda muchos veraneantes, salvadores, buhoneros y pinchadiscos de la política. Seguramente, al quitarles las palmeras de las camisas, el botijo de los labios y la arena de los ojos, veremos que nos traen la misma política y el mismo negocio de siempre en versión de Georgie Dann, o que sólo nos venden magia sin sombrero, o locuras totalitarias, paraísos herreros y utopías canasteras. O a lo mejor, si las ideologías y las siglas se van diversificando y enriqueciendo, encontramos entre la asfixia y la desesperación, tras una grieta, como una salamandra de agua, algo que nos ayude, aun lateralmente, a renovar la Democracia. Y no sea una fiebre ni una catástrofe ni una chulería ni una estafa ni una pesadilla dominguera.

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