Aquí
siempre hubo algún señor de pelo en ceja que se ligaba a las alemanas, esas
señoritas que traen cerveza en los pechos. Se nota que las alemanas están de
buen ver cuando su alemán nos parece francés, con algo quizá de cereal en la
boca. Con las alemanas hemos hecho nosotros más mito que Wagner. A él le salían
valquirias de voz musculada y a nosotros sirenas de playa, haciendo bomboneras
en la arena con la forma del bikini. Pero siempre había un español que se las
ligaba y era como un triunfo contra toda Alemania, contra su dura filosofía,
contra la música de órganos de piedra de Bach, contra su historia de cañones
convertidos en monedas, el triunfo que conseguía ese españolito con el bañador
de isleño y el bigote empanado. Era la zarzuela contra la ópera y el oso contra
lo rubio, y siempre ganábamos, nos las ganábamos, y luego hacíamos películas
donde las besábamos mientras ellas cantaban “dabadaba”.
Con todo
esto yo quería decir que Merkel no podrá resistirse a Valderas. Merkel se ha
topado con el bandolero ligón, ladrón de los corazones y los anillos de los
mercados, romántico que se lleva a la sierra un queso y una cantinera, bello
salvaje que doma el capitalismo y derrite su oro con los ojos. Merkel no sabe
que está vencida con la primera cabalgada del poeta del comunismo. Un hombre
que sólo tiene el dinero de la luna y el palacio de la noche es irresistible.
Con olor a hierba y la camisa rajada, Valderas tomará a la reina del ultraliberalismo,
la raptará de sus economistas usureros, de su ideología de la continencia y el
frío, y le mostrará el sol del sur que alimenta a sus hijos en los estanques y
a los hombres hermanados como en una cacería de los sueños, mientras Griñán el
bardo recita en las copas de los árboles que otro mundo es posible y que los
pájaros no necesitan prestamistas. Y la sangre vencerá al hielo, y el vino
azucarado hará reír a la gran dominátrix, y los bancos norteños llorarán su
felonía.
Esta
izquierda no será la resistencia, sino la seducción. Merkel y su capitalismo de
faja tienen la batalla perdida, aunque no se dan cuenta aún. Merkel todavía
resiste, teme al amor irremediable, a ese bandido que sabe que deseará, a la
izquierda que va a conquistar su alma y su tierra desde Andalucía. Valderas
cuenta con la historia, las alemanas que fueron vencidas en estas orillas, la
pasión que siempre doblega a la razón, el pequeño español que termina trepando
a las trenzas altas y orgullosas de esas mujeres hiperbóreas con cuerpo y ojos
de minería. Merkel nunca imaginó caer así, ante el español soñador y marinero
que hace una guerra que no es del dinero sino del amor. Merkel y todo el
capitalismo de Europa terminarán rendidos en los brazos de Valderas. Y le
cantarán algo que suena como “dabadaba”...
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