30 de marzo de 2012

Hoy viernes: Gente contra gente (30/03/2012)

Miré si se había parado el sol o le habían puesto silbato, pero los sindicalistas en escaleras, con la historia en una mano y la silicona en la otra, sólo llegaban a la altura de los carteles. Podría parecer que la huelga es el silencio y la quietud, pero una huelga tiene mucho trabajo y ruido. Hubo mucha gente que puso los despertadores más temprano que ningún día, que corrió y se juntó en cuadrilla para echar frenos y colocar candados en las cosas, para empujar camiones, para acobardar a los kiosqueros, para ir apagando luces. Hubo horario de batallón y trabajo de carcelero, y es lo que llamaron huelga. La huelga era un gran martillo que sonaba doblando algo y aplastando voces.

No voy a entrar en los motivos o en las verdades de esta huelga general, que las habrá para algunos como pasa siempre y en todo. Creo que es lo que menos importa. Es como pararse a pensar si Alá o Cristo son verdad cuando los usan para ser crueles y malvados en su nombre. La realidad ética siempre está antes que la posible o discutible realidad ideológica o de creencia. Los hechos (los hechos humanos), antes que las razones (de las ideas o los sistemas de ideas). Lo que define a los fanatismos no es que sus ideas sean más o menos falsas o locas, sino que no dudan en usar la violencia, la fuerza, la coacción, la crueldad, ni en despreciar derechos y libertades, todo en nombre de la verdad, la necesidad o la justicia de sus postulados. Ahí está el fanático, con bomba, con libro, con palabra o con hierro. El fanático siempre tendrá una lucha justa y una razón de peso. Incluso pueden ser verdaderamente justas y de peso.

Esta huelga ha sido muchas huelgas: la del que decidió no ir a trabajar, la del que fue a impedir con todas sus fuerzas que los que decidieron trabajar trabajaran, la del que coaccionó para que se trabajara, la del que trabajó o no trabajó pero por miedo a unos o a otros. Cada uno de estos escenarios me produce respeto, pavor o asco, según. Pero he visto llamar a ocupar calles y cocheras y mercados, he visto una lucha santificada y una violencia gustosa, he visto plástico ardiendo, he visto odio e intimidación, he visto la libertad pintarrajeada, ultrajada o despreciada con grandes gritos de satisfacción. Sí, he visto fanatismo. Si se trataba de hacer una guerra, al menos tengamos claro que ha sido una guerra. Y en la guerra no ganan la verdad ni la razón. El país se puede parar como una gran rueda con un clavo, pero eso sólo significa que alguien puso un clavo. Ni que fueran más, ni mejores, ni más justos. Había gente diciéndote lo que podías o tenías que hacer, amenazándote si hacías o no hacías. Eran el ruido y el miedo, eran los cerrojos y la rabia. Era gente contra la libertad de la gente. Y yo nunca me pondré del lado de quien ha decidido que la libertad ya no importa. Eran fanáticos con motivos o simplemente intereses. Pero eran fanáticos.

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