13 de marzo de 2012

Hoy viernes: El ruido (24/02/2012)

Venían a mi clase de BUP los mayores o los de FP, que nos parecían bucaneros o ladrones de coches, y nos decían que estábamos en huelga, así que lo estábamos. Nos sentábamos en la mesa del profe, profanábamos la pizarra, hacíamos nuestro domingo con sol y balones, pero no soy capaz de recordar por qué eran esas huelgas, sólo que algunos chicos del Sindicato de Estudiantes soltaban unos discursos muy bien aprendidos, vehementes aunque vagos, y con un aire de milicia juvenil que me sorprendía para nuestra edad y nuestra época. Ni nos convencían ni lo contrario, simplemente nos pillaban en la hora del hambre del bocadillo y ya con hacernos pensar en ir al bar nos ganaban. Yo no entendía ese idioma ideológico, político, en un aula. Allí estábamos para estudiar, aprobar, conseguir beca, sacar la selectividad, elegir carrera. No veía yo ningún fallo ni ninguna injusticia en el sistema. No sabía, en fin, qué guerra era la de esos chavales. Pero el patio sin hora era como un Año Nuevo regalado. Era la primera vez, seguramente, que la política me embaucaba sin saberlo. Y siempre había una chica guapa y algo amazona con pegatina en los rizos. Así se hacían nuestras revoluciones entre el baloncesto, las pellas, el amor y el bollycao.

Mucho después entendí que la calle no se llena por las injusticias, ni por cómo huelen las trenzas de las chicas empapadas en las fuentes, sino porque el ruido se guarda o se saca según convenga y hay especialistas en apretar el botón de ese ruido. Un día, los sindicatos duermen en su paz social, en sus bigotazos, en sus besos un poco soviéticos, en su pesebrín, y al día siguiente, con los mismos parados, la misma ruina y la misma crisis, la revolución les prende en las barbas y empiezan a aventar gente hacia la calle. Lustros llevamos viendo morir a la escuela pública, supurando fracaso, analfabetismo, gamberreo y carencias, pero un día alguien toca un silbato y de repente hay manifestaciones por la educación pública en todos los telediarios.

La calle la han ocupado igual obreros y monjitas, tiesos y pijos, parados y funcionarios, fiesteros y víctimas, idealistas y revientafarolas. Puede haber motivos para salir a la calle a cacerolear la injusticia, pero me indignan los que, ante la misma realidad, un día callan y tragan contentos y al otro sacan el lanzallamas a la acera. La calle es otra arma política y por eso no importa el qué, sólo el cuándo y el contra quién, los sartenazos al enemigo y el ruido que tape a las razones. El ruido manejado por sus profesionales como ferroviarios. Y el ruido se monta fácil, apenas cojas a algunos fieles, algunos aburridos, algunos alborotadores y algunos ingenuos. Como cuando venían a mi instituto a meternos en una huelga y nosotros decíamos que sí por saltarnos la clase de un profesor coñazo y seguir a esa amazona de los rizos.

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