13 de marzo de 2012

Hoy viernes: Casilla de la ciencia (10/02/2012)

Los Reyes me trajeron un telescopio justo cuando parece que el mundo sólo maneja la bola de cristal. Miré si las estrellas se caían, sin la luna sangraba, si los planetas huían de nosotros, pero el cielo tenía como recién puesta la misma mesa infinita e intacta de candelabros, joyas y misterios. La única paz que nos queda es la indiferencia del Universo. No hay nada como caer hacia arriba en el cielo, lago negro bocabajo, para asumir nuestra insignificancia. Pero, pese a esa insignificancia, somos, que sepamos, la única materia que se hizo consciente y que ahora es capaz de mirarse las trenzas en el firmamento. Aún sentimos que el cielo nos llama como una madre, pues sabemos que venimos de allí, de los elementos que cocinaron las estrellas, del trabajo de los eones y las manos ciclópeas de la naturaleza.

Hemos ido descubriendo el cosmos a la vez que nos hemos ido descubriendo a nosotros mismos. Es curioso, pero cuando Galileo hace posible la explicación mecánica del mundo y luego Descartes la amplía y además establece el principio de subjetividad racional, es cuando se inaugura la modernidad. El desentrañamiento racional del mundo y del hombre comienzan casi al unísono. Galileo mira por primera vez hacia el cielo con un telescopio y Descartes mira hacia dentro para encontrar el sustento ontológico del conocimiento humano, su “pienso luego existo”. La modernidad y el humanismo nacen de estas dos hazañas intelectuales, de estos dos rayos que parten casi a la vez hacia lo profundo y hacia lo exterior del ser humano. La ciencia no ese tubo extraño que le ha nacido al hombre, esa prótesis artificial o superflua que lo aleja de su naturaleza y lo echa a pelear contra ella. Frente a la imagen deshumanizadora, fría, que algunos quieren dar de la ciencia, la realidad es precisamente la contraria. Aunque mire muy lejos o a lo muy pequeño, la ciencia es la mitad del ser humano buscando la otra mitad.

Cuando faltan pan y trabajo, la ciencia puede parecer el lujo de hacer cacharritos, una especie de papiroflexia ociosa. Pero el hombre no puede pararse en la investigación de lo que es y de lo que puede llegar a ser y hacer sin traicionarse ni envilecerse, sin empobrecerse aún más añadiendo a la escudilla del hambre la ignorancia y la impotencia ante el mundo. La ciencia parada es el hombre parado. Yo he apoyado la iniciativa para que la declaración del IRPF incluya una casilla para destinar el 0'7% de mis impuestos a la ciencia. No sólo por el desarrollo, avances o curas que puedan faltarnos, sino por la pervivencia de la curiosidad sin prejuicio y del rigor como métodos para desvelar la realidad. No quiero que un día la gente mire al cielo y vea sólo miedos y brujas. Aún necesitamos saber hasta dónde podemos tocar el infinito y rasgar la oscuridad. Aún necesitamos saber lo que somos. Aún necesitamos saber por qué.

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