13 de marzo de 2012

Hoy miércoles: Banderas de ayer (29/02/2012)

No es que desprecie las banderas, es que no quiero que me dejen ciego. No quiero que me dejen ciego en las dos maneras de ser ciego: no ver lo que hay y ver lo que no hay. No quiero esa toalla mojada en mis ojos, ni que me pongan delante el bordado terminado y perfecto de lo que debo ser. No quiero plegarme en una cajita ni en un rincón del mundo, no quiero que me haya hilado la historia en un cromo, no quiero que me pinte un color de este a oeste y de norte a sur, un color de tronco o de mar o de humo hecho de muchas gentes y brazos y corazones que no conozco y a los que no me parezco. No quiero que me llamen por un solo adjetivo, que me lean en un solo lema, que me obliguen a una sola madre. No es que desprecie las banderas, es que las siento lejos de mí como águilas pinchadas en el horizonte.

Día de las banderas, de los ojos hacia arriba, de los unicornios de la gente volando, de una gloria envejecida de rozarse contra la piedra del cielo. Y día de los palacios cubiertos por sábanas, de los discursos como lluvia en la lata de los pobres, de los políticos haciéndose dueños de todos los héroes y hazañas. Las banderas, corazones en sacos, pueblo en una cáscara de nuez que viaja, párpados de la historia que tiemblan, sombras de un ala imaginada. Las veo y me son extrañas como estandartes de una guerra china. Pero les rezan, les hablan, las aman, las usan de pañuelo, de faja, de almohada contra las nubes, de funda de las espadas, de barco pirata contra otros, de caja de música sentimental, de tirita contra las cicatrices, de seda sobre la frente, de cuna en el agua. Miramos a las banderas, escapadas de nuestro chaleco, expiradas por las manos, allí alto y lejos, como haciendo una franquicia en el aire, pero nos olvidamos de lo que queda en la tierra, de la gente, el pueblo, las bocas, la numerosidad y la inminencia de lo diverso, lo real, lo urgente, lo terrible, lo bello y lo sucio de la existencia. Una bandera como una luna, fría y manchada. El ángel que siempre señalan los pobres y desvalidos humanos, y que no nos salvará.

No veo alma en las banderas, no se la hemos dejado en un beso ni en una herencia, porque las almas, si las hay, no se prestan ni comparten. Las banderas no son nuestra voz ni la melena de nuestro espíritu, que siguen aquí, con nosotros. Las banderas han sido ropa de tiranos y libro único de demagogos y simples. Tienen más sangre, baba y mentiras que esperanzas y glorias. Tendríamos que hacernos una bandera para cada uno, y que no se despegara de nuestro costado, para que no me dieran ese dolor de venda arrancada que me dan. Las banderas de ayer no eran ni siquiera las olas de las lágrimas de Andalucía. Eran como el trapo pequeño con el que querían dejar ciega a la tierra.

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