12 de diciembre de 2011

Somos Zapping: De Velázquez a la burla (12/12/2011)

Risa cruel. Con Jesús Quintero creo que he agotado todas las metáforas de gatos, saxofones y pijamas, como con Joaquín Petit. Y me doy cuenta de que he ido pasando con los años del halago comedido (Quintero era un estilo, una presencia, un mito, una madeja en la noche) a la hartura. Llegué a decir que hacía verismo y pintaba personajes velazqueños. Pero aquella gente singular que traía, todos esos locos o memos o genios grillados que nos contaban por contraste lo que somos, fueron llenando una barraca de feria que en algún momento ya no tuvo más sentido que el espectáculo de su esperpento, sin más profundidad social o antropológica, sin reflexión sobre el dolor, la inocencia o la ignorancia que representaban. Los que se suponía que tenían que dar tristeza, como El Risitas, se hicieron estrellas del humor. El pretendido sabio avinado, el chistoso gastrointestinal, el tonto del pueblo y así tantos otros, ya no eran un espejo de lo grotesco que hay en nosotros y en la sociedad, sino casi ortodoxos modelos. Ya no transmitían amargura sino normalidad, suficiencia y orgullo. Dejaron de contarnos lo que somos por contraste para contarnos lo que somos sin más. El andaluz friki, volado, sabio de la ignorancia, auténtico en su avilantez, zumbado en su gracia, no era una maribárbola sino un ejemplo, un paradigma. Entonces fue cuando dejó de gustarme Quintero. Por eso y por su sentenciosidad cada vez más engolada pero tibia, por esos discursos de miss que hace sobre las injusticias y las grandes verdades y mentiras, facilones, demagógicos, simplotes, revolucionarios de pacotilla; esos discursos en los que toma la voz de los pobres, los desheredados, los oprimidos y los cabreados, estando él tan lejos de todo eso.

Vuelvo a hablar de Quintero porque el otro día uno de sus invitados me dio pena. O mejor dicho, me dio pena la manera en la que Quintero lo trató. Era un pobre hombre que se cree artista o genio por canturrear o retransmitir partidos de fútbol inventados poniéndose un cubo de lata en la cara. Y Quintero se burló precisamente tratándolo como artista o genio, con todo el cachondeo y la mala leche de quien sabe que el otro no va a darse cuenta del sarcasmo que hay en cada falso halago. Me pareció cruel. El pobre hombre se lamentaba de que nadie hubiera ido a un homenaje que se montó en su pueblo y Quintero mostraba su sorpresa y solidaridad impostadas a la vez que se carcajeaba con los ojos y cada palabra de aliento era un escupitajo a la ingenuidad de aquel señor. Quizá ese hombre terminó creyéndose artista porque Quintero lo sacó hace años. Ahora, seguro que volver a salir en la tele le da fuerzas para seguir afanándose en su ridículo talento. Es cruel y triste, como lo es siempre reírse de quien no se da cuenta de que se ríen de él. Al Risitas le da igual el cachondeo porque él sí ha terminado haciendo oficio de su ridiculez. Este otro puede que acabe destrozado, y todo porque Quintero lo utilizó para sus audiencias, su negocio, su colección de monstruos, su ego. Creo que a Quintero ya le he perdido todo el respeto.


Hace falta dinero. Parece que la crisis se ha llevado por delante a la tauromaquia de los cocodrilos, las parrilladas campestres aliñadas con amapolas, los fandangos con muleta y los famosos espontáneos haciendo de bombero torero con el colocón o la plasta en el culo, o sea, toda esa vaquería alucinada de Hace falta valor. Todavía lo podemos ver repetido en Canal Sur HD, con la alta definición haciendo que parezca aún más la última de Torrente, pero parece que el programa ya ha muerto. El productor, José Miguel Fernández Cuadrado, “Lepo”, que ha sufrido otros batacazos recientes como el del breve y patético Saque bola, tiene por lo visto problemas de liquidez y ha dejado algunas facturas por pagar a ganaderos, toreros, invitados y quizá a alguna vaquilla. No sabemos cómo se solucionará la cosa, pero de momento no veremos nuevos revolcones de ese desconcertante programa mezcla de capea, rengue, circo, botellón y despedida de soltero. Algo bueno tenía que dejar la crisis.


El culebrón de la Junta. En Arrayán, donde Andalucía es como Manhattan, los hospitales públicos (en las sábanas aparecía hasta el logotipo del SAS) tienen bonitas e increíbles habitaciones individuales (“camas individuales” diría la Junta) con muchos cuadros y plantas de interior. Vamos, igualito que en la realidad. Lo de las sábanas lo quitaron, pero eso sí, para que nadie piense en la sanidad privada de la derechona, llenan los pasillos de carteles con el logotipo de la Junta de Andalucía. Incluso en las series tiene que aparecer la Junta, esa madre que nos acompaña hasta la muerte. Tiene gracia poder hablar del culebrón de la Junta y que esta vez no sea por los ERE.

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