12 de diciembre de 2011

Hoy viernes: El voto (18/11/2011)

No está de moda votar, sino subirse a las farolas y escribirse en el ombligo. Quién iba a imaginar que un día el voto iba a considerarse reaccionario, que iban a denunciarlo en las calles y en los pasquines como un trágala, un paripé, un carnaval, una basura. Y sin embargo, el sufragio universal es, junto a los Derechos Humanos, el mayor logro de la civilización. En la Atenas idealizada por los perfiles de los dioses y las estatuas de la palabra no votaban los esclavos ni las mujeres ni los extranjeros; los liberales moderados de las Cortes de Cádiz rechazaban un sufragio amplio porque decidirían los más ignorantes; en nuestra Segunda República la mayoría de la izquierda no quería el voto femenino porque decían que las mujeres estaban demasiado influidas por los curas... Pasamos por intentonas, experimentos, absolutismos y dictaduras, pero resulta que, cuando alcanzamos por fin la democracia moderna, nos llega esta época en la que se denosta el voto en favor de no sé qué otra democracia tamborilera, tumultuosa, cabreada, caótica y despeinada, que casi nos dice que sólo votan los fachas y además sólo hay una papeleta, la de los banqueros. Yo entiendo el mosqueo, el desencanto, la abstención (alguna vez no he votado porque no tenía a quién); comprendo (y ejerzo) la crítica a esta democracia imperfecta, manifiestamente mejorable, pero comparar el voto con el papel del culo me parece una involución peligrosísima, una locura que sólo puede llevarnos al planeta de los simios. No se trata de quedarse en la resignación clásica de esta democracia como el menos malo de los sistemas, pero es que uno ve una corriente que casi tiende a decirnos que cualquier otro sistema sería mejor, y en eso no puedo estar de acuerdo. Ni siquiera los partidos corruptos, las siglas turnistas o la tiranía del dinero justifican pedir que se queme el voto, sobre todo si no hay otra cosa para ocupar su lugar que muñecos de plumas y bocinazos en las plazas.

Todavía pienso, cada vez que voto, en los héroes y mártires que necesitó la historia para que yo pueda hacer ese gesto pequeño pero aún valioso. No es lo máximo ni lo único que espero y exijo de la democracia, pero no lo desprecio ni lo relego al cubo de las cáscaras. El domingo iré a votar, no para salvar al mundo o al país, no para entregar mi alma o sentirme completo, sino para expresarme y para notar en los dedos que los gobiernos aún los ponemos nosotros de esa manera silenciosa e íntima. No soy de los que creen que hay que derruir la obra por inacabada. Seguiré poniendo mi piedra pensando que cada vez está más un poco más arriba que la vez anterior. He tenido rachas de nihilismo político y es verdad que la democracia que yo quiero aún no existe del todo. Pero he decidido que eso no debe empujarme al incendio, sino a la responsabilidad.

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