Yo aún no termino de creerme lo de los neutrinos que se saltan el bigote de Einstein, que una masa pueda acelerarse hasta más allá de la velocidad de la luz. “Hemos abierto el primer agujero en el hiperespacio”, le escribí yo a un amigo cuando el notición desplazaba a los políticos y a los tijeretazos. A lo mejor no era tan descabellada mi broma. A lo mejor Einstein no ha sido derrocado del todo (hay que decir que ya sabíamos hace mucho que la Relatividad y la Teoría Cuántica no pueden ser ciertas a la vez, aunque siguen siendo útiles en su escala). A lo mejor sólo hemos encontrado un atajo por el espaciotiempo. Pero eso nos serviría para saltar a las estrellas, no para borrar el presente. Como dijo alguien, la prueba de que no son posibles los viajes al pasado es que no hemos descubierto a ningún viajero del futuro, que deberían ser infinitos en número. Lástima, porque podríamos preguntarles cómo salir de esto, o pedirles que cambiaran un pisapapeles de sitio en algún despacho de hace una década, para no estar ahora pelados y esperando que se abran los siete sellos.
La física tiembla como el dinero, pero es más el tiempo de los magos y los profetas que de la ciencia. La economía era una superstición y ahora se nos ha revelado definitivamente esa realidad en los huesos. Apocalipsis significa eso, revelación. Lo que me sorprende es que, en esta época en la que se abren los abismos de todo lo que creíamos cierto, todavía algunos estén enfocados en que no se termine Marina d'Or o en que nos subvencionen el dentista. No sé si terminaremos en las estrellas o en las cuevas, pero deberíamos darnos cuenta de que lo que teníamos por verdad se ha desintegrado y hacen falta nuevos relojes, reglas y ecuaciones para el mundo. Aquí estamos, sin embargo, moviendo los pisapapeles de sitio a ciegas, perdidos en el oleaje del tiempo y el caos.
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