31 de agosto de 2011

Los días persiguiéndose: Náufrago en Doñana (5/08/2011)

Cuentan en Sanlúcar que cuando Zapatero está en Doñana los mosquitos toman la playa por la noche, comiéndose los besos de las parejitas y robando de la piel el azúcar de los cubatas. Dicen que al Presidente le fumigan el Coto y por eso los bichos cambian de orilla, aunque quizá sólo es un invento de la gente y a los mosquitos no los traen los helicópteros ni los porteadores ni el gafe de este ZP con plagas, desbandadas y nubarrones sobre la cabeza, sino el vino de la carne o el viento podrido de la economía y la desesperación. En Las Marismillas, Moncloa con mosquitera, casita de pájaros, Zapatero verá su último verano colocándole la corona de espinas, que algo así le parecerá cada puesta de sol. Eso, si los sustos de los mercados le dejan volver y le dan tiempo para descalzarse.

Desde Sanlúcar, Doñana es como un gran racimo caído. No es mal sitio para decir adiós al mundo esta Argónida, este jurásico de las aves y los insectos, esta mina de los metales acuáticos, este jardín de princesa cazadora que también puede ser una tumba al fresco. Zapatero ya no atravesará otro año el Guadalquivir por su tobillo, como hacen los rocieros, como hace el hachís, como hacen los mosquitos tras las linternas y los cuellos. Zapatero, en Doñana, se despedirá del cervatillo que fue y será otro fenicio enterrado. Lo abandonaron la baraka y los espíritus del cereal de la época de la abundancia, pero se hipnotizó a sí mismo y de eso no les puede echar la culpa a los mercaderes, ni a la oposición, ni a las estrellas. Voces de las cocinas de Las Marismillas me dicen que la familia presidencial es cercana, sencilla, cariñosa, sobria, incluso un poco monacal. No lo dudo. Es posible que Zapatero sea el mejor peor presidente de la historia de la democracia, el más bienintencionado desastre que nos haya ocurrido, y que aún pueda dar de comer a las ardillas mientras el país se desangra.

De Bajo de Guía a Doñana, el cielo y el agua se tiran conchas. Más allá, tras las dunas y los pinos que bailan sus sevillanas sin mover los pies ni el pelo, un palacio de cal y pozos se prepara para asesinar a otro príncipe. Ni fue el primero ni será el último. En La Moncloa, ZP se despedirá de los cajones, pero antes, en Doñana, se habrá despedido de esa melancolía de los presidentes náufragos, mojando la mano por última vez en la noche pura sin política, sin pecado, sin culpa. No sé si en esa noche, cuando Doñana parece un galeón cubierto con una lona, llegarán a Sanlúcar los mosquitos espantados por la Guardia Civil o por el veneno o el destino de los moribundos. O vendrán, simplemente, atraídos por la luz de los muslos, los besos de dulce bajo las palmeras y una luna pobre de vidrio y cocacola.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El artículo es muy bueno, tanto en la forma como en el fondo. Nos gusta.

Qué bien un mosquito menos...

los catalanes expatriados