29 de marzo de 2011

Especial 28-F: Andalucía de la A a la Z - Vejer de la Frontera (28/02/2011)

Los pueblos blancos parecen juegos de té puestos sobre la roca. O glaciares esculpidos por pájaros moros. Se derraman quietos, se congelan en el sol, se miran en su escalinata arrastrando un velo hasta abajo. Son un puñado de cuarzo coronado por castillos y veletas, y están casándose siempre con ellos mismos en el aire. Vejer se aúpa sobre precipicios de lo verde, cuestas de volcán y árboles aéreos que se diría que conducen a un laberinto de marfil, allí arriba. El valle del río Barbate, desde lo alto, parece una acuarela que se nos cayó. Vejer tiene algo de caracola atrapada por una montaña y de pagoda o santuario descendido en la Janda. Sus calles son o llevan siempre a un secreto, aparecen plazas y esquinas hundidas u ocultas, fuentes de perlas, nidos almenados, Vírgenes que salen a los balcones, cañones que se desprendieron de las murallas, rejas que dan al vacío, arcos que supuran la sombra, adoquinados que suben a un farol. Vejer es un desorden blanco, un hermosa loza destrozada y reunida. Un cristianismo musulmán y una monja tejedora han ido haciendo el pueblo dejando oasis con palmeras, confitura por las fachadas, iglesias de forja, un lienzo que forma toda una callejuela, flores que llegan hasta las campanas y pozos con agua de hierro. Está hecha de reconquistas y reyes santos, de cal y requiebros mudéjares, de brocales y llamadores.

Vejer aún vive del zumo de la tierra y de la ganadería brava. Su carne de retinto es famosa, como su lomo con manteca. Es lo que hay que comer para subir las cuestas y para saborear la sangre del lugar, antigua, fuerte y sedosa a la vez. Sacan toros embolaos como a embestir el gran mantón bordado que es el pueblo y eso convierte aún más a Vejer en una pequeña Creta. Pero esa belleza empinada, esa delicadeza de caja de música del paisaje, esos secretos de arcón en las calles, han hecho de Vejer, sobre todo, un destino para ese turismo tranquilo de miradores y silencios, con unos visitantes que parece que van allí no a ver, sino a comulgar el pueblo entero, blanco y esponjoso. Vejer es todavía pureza, quizá toda la pureza de Andalucía. Ese encanto limpio o esa vieja condena de ser una sal blanca quieta en la montaña y en los siglos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Enhorabuena! no se podía describir mejor. Más que escritor, pintor

saludos

Alberto