15 de febrero de 2011

Los días persiguiéndose: Revolución (8/02/2011)

Y yo que he dicho tantas veces que ya no es época de revoluciones como no es época de gorgueras... Pero así es la Historia, a la que demasiados han querido ponerle fin o al menos destino, ya sean Hegel o los positivistas o los marxistas o el iluso de Fukuyama, cada uno con sus particulares pesos y miopías. Claro que primero tendríamos que ver a qué llamamos Historia, palabra que tiende a ser pomposamente ombliguista. Me viene a la cabeza, por ejemplo, la crítica de Ortega a Toynbee, tan vigente que aún no hemos dejado de preguntarnos qué es una nación. A mí todavía me atormenta la duda de si las naciones y civilizaciones sólo son un mapa artificial de nuestro mundo, conveniente para no perdernos en él pero poco más, y si acaso pudiera ser, al fin y al cabo, que el sistema de todas las experiencias humanas forma parte de una cadena única e inexorable, como creía el filósofo. No sé si dejarme llevar por cierto romanticismo humanista (¡humanista, qué antigualla!), pues la naturaleza humana es la que es, las ansias de libertad están escritas en nuestros genes, e, incluso, como explica Edgar Morin, también la necesidad de reacción frente a lo establecido, ese imperativo evolutivo que busca siempre la variabilidad por encima de las imposiciones políticas o culturales. Curiosamente, a la vez que nos hemos dado una cultura, también nos rebelamos contra ella, y aunque Morin admite que esa rebelión suele ser de una minoría, es suficiente para que el mecanismo funcione. Ésa, me parece, es la dialéctica fundamental.

Túnez o Egipto o Yemen, y quién sabe cuántos países más. Países de órbita árabe o musulmana, dicen, categorías que no sé si se podrán considerar científicas o sólo son cajoneras de embajada. En todo caso, seres humanos tomando en sus manos su ser, su destino, su libertad, su naturaleza, cuando su mundo se ha vuelto propicio para ello, cuando la Historia ha traído su marea. Quizá estén haciendo ahora su Revolución Francesa, quizá aún les quede pasar por su particular versión de la guillotina o los totalitarismos demagógicos gobernados por un Volksgeist o por un dios gritón o por simples carretas de pan (como aún ocurre en Latinoamérica). Yo no sé si esto acabará en teocracia, en democracia sin Estado de Derecho (lo uno no tiene por qué conllevar lo otro), en sharia, en caos o en esperanza. Pero vemos que todavía el mundo puede ponerse cabeza abajo empezando con una sola llama en una calle. La autosatisfecha civilización occidental tampoco llegó a la democracia moderna suavemente. Hubo horrores, sufrimiento, tiranos y muchos caballos y hombre destripados. Los fascismos y los comunismos estuvieron a punto de triunfar en su locura. Y ni siquiera nuestro sistema actual deja de tener fallos e injusticias. Pero no vamos a colocar ahora aquí otro fin de la Historia. La madurez o inmadurez de estos pueblos y la grandeza o miseria de sus líderes determinarán su destino. Yo no voy a hacer apuestas.

Quizá lo único que podemos concluir es que el ser humano se busca en todo cambio, y que ni la costumbre ni la fuerza ni los dioses pueden nada cuando siente que algo le falta para ser completo, libre y dueño de sí mismo. Aún son posibles las revoluciones. Si tan sólo nos diéramos cuenta de eso, aquí mismo, en Andalucía... Contra la opresión, el abuso, la estupidez, la arbitrariedad, la pobreza, la manipulación, los amos, la Verdad institucionalizada, la mentira sistemática, la eternidad inmutable, todavía merece la pena alzar los brazos, ocupar las plazas, gritar y rebelarnos. En Egipto o aquí, creo que es nuestro deber. Un deber que nos dicta nuestra propia naturaleza.

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