25 de enero de 2011

Somos Zapping: Asfixia patrocinada por la Junta (17/01/2011)

Tatuaje. Eso de que las banderas o los emblemas cubran el paisaje y presidan cualquier aspecto de la vida ciudadana siempre me ha dado un poco de repelús, como si aún batiera de lejos aquel aciago Nuremberg. Quizá el logo de la Junta lo que parece es eso, un gran zepelín a tiras que flota sobre Andalucía. Lo veo en marquesinas, autobuses, edificios, carriles bici, recetas, carnés, gorras, chaquetillas, uniformes, coches, señales de tráfico, panfletos, conferencias, fundaciones, patrocinios... La Junta lo ocupa todo, lo dirige todo, está en todas partes como un ojo y una mano puestos allí, como un hierro con el que han marcado el mundo que nos prestan. Pero no es una flor de lis, sino el signo de una administración ubicua, paternalista, todopoderosa, gigantesca, que no deja espacio para nada más. Al logo de la Junta, sol de calcomanía, bandera un poco japonesa de nuestra vida, lo he visto casi en cualquier lugar. El otro día, en 2 minutos de Tecnópolis, salió en desvíos de caminos, coches, solapas de técnicos... Incluso vi hace poco en Andalucía directo un gran cartelón juntero de fondo mientras un médico explicaba la maniobra de Heimlich, la que se realiza para los atragantamientos. Hasta en la asfixia nos tiene que patrocinar la Junta. Pero nada tan descriptivo, tan agónicamente gráfico, como lo que me encontré en Los reporteros. Sólo era un reportaje sobre los títeres de La Tía Norica, pero uno de ellos, que era como una puta vieja, una cupletera tetona, un travesti de cabaré o algo así, un personaje vulgar y cachondón pero a la vez terriblemente melancólico, tierno y derrotado, exhibía en el brazo un tatuaje que era el logo de la Junta encerrado en un corazón. “Y mira, mira: apoyada por la Junta de Andalucía, sácame el tatuaje, niño”, decía el actor. Y yo pensé que ésa es Andalucía, esa decadencia que rezumaba ese títere, esa carne castigada pero reidora, y marcada, patrocinada o prostituida por un símbolo que tiene algo de chulo castigador, de amor portuario, de esperanza ingenua, de sueño de vieja loca, de tótem primitivo, de nombre de hijo pródigo, de Corazón de Jesús civil para creyentes desahuciados. Sí, ese logo, ese tatuaje de nuestro fracaso. A fuego lento lo han marcado y para siempre iremos con él.


Lo imposible. Llevaban prismáticos y GPS, radios y protocolos, todoterrenos y casi escafandras. Parecía que vigilaban un encuentro en la tercera fase o que planeaban hacer de una montaña un sincrotrón. Pero no, en Tecnópolis tal despliegue debía de responder a algo bastante más agreste. “Nuestro reto es alcanzar una ganadería sostenible”, decía un agente de Medio Ambiente mientras el objeto de su interés aparecía por la alta montaña de la Sierra de Castril: ovejas. Planeando una ganadería sostenible a partir de ovejas montunas de la sierra. ¿Serán capaces de alcanzar ese reto? ¿Será posible en ese ambiente electrizado, hipertecnológico, atrofiado de contaminantes, en el que crepitan la radiactividad, el feo plástico y la obscena suciedad de nuestra civilización; será posible, digo, lograr en aquel lugar tan hostil para ello el milagro de que las ovejas se conviertan en ganadería sostenible? Pues en eso trabajan, en ese casi imposible objetivo se afanan los brillantísimos técnicos de la Junta. Un día llegará, sí, en que las ovejas sean sostenibles. Con suficientes medios y financiación, y con un gran equipo humano como el de la Junta, seguro que se conseguirá. Ovejas de la sierra sostenibles... Cuesta soñarlo, siquiera... Pero hay gente que trabaja sin descanso por lo imposible. Ovejas de la sierra sostenibles... ¿De qué seremos capaces después de este hito? Da vértigo pensar adónde hemos llegado y adónde podemos aún llegar.


We are the flamencos. El flamenco de Quintero ya tiene hasta su We are the world. Sí, un himno reivindicativo que oí cantar entre las galaxias de sillas de su decorado. “Sueño que sueño que el mundo es flamenco / Como tú, sin saber lo llevas dentro”, dice la letra. No sé qué pensar del mundo flamenco que pretenden empezar a construir, salvo que esa yihad va a tener que ganarse a zapatazos: no creo que el resto del mundo acepte sin más que lo conviertan en un rengue. Lo que sí es verdad, como preveíamos, es que este flamenco suyo de la Unesco se empieza a abaratar: he visto a César Cadaval metido en el jolgorio, al propio Quintero recitando y marcando el compás con los nudillos, a alguien bailar una especie de break dance sobre una mesa, y hasta a uno de estos grupos de rumbita tontipija (no sé cuál, no distingo los tintes ni los mofletes de unos u otros) colgándose el mérito y la raza del arte jondo. No sé lo lejos que llegará esa conquista. Eso sí, que ya hay quienes están viviendo mucho mejor a cuenta de esta cruzada, eso es seguro. Lo de We are the world al menos era para África. Esto es para su bolsa.

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