31 de diciembre de 2010

Los días persiguiéndose: Ganar la Navidad (28/12/2010)

Los árboles de Navidad ponen sombrero a las calles y a las casas. Me gusta ese símbolo, que evoca a la naturaleza cargada de sus frutos, la que renacerá después del solsticio de invierno. Por eso comemos pasteles, hacemos regalos y nos felicitamos con alegría ahora, como preludio o invitación a esa abundancia que esperamos recibir de la tierra. No es que quiera ponerme pagano para espantar a los pastorcitos de los belenes, pero me desconcierta la anual reivindicación o apropiación de esta época por parte de los cristianos, un poco encorajinados porque desearían que todas las luces y dulces se refirieran a su niño Dios. Pero su niño Dios sólo se colgó los adornos del sol (y su calendario y biografía, con muertes y resurrecciones), que también son los de Mitra y Osiris, por ejemplo. Yo suelo decir que el cristianismo no inventó nada, pero supo conquistarlo todo. Su moral “nueva” ya estaba en la filosofía griega y en Buda, sus cimientos y manías son los del judaísmo, y sus mitos y fiestas (también la Navidad) son adaptaciones de un paganismo preexistente. Jesús es el Dios Sol que ahora nace y María sustituye a otras diosas madres. Ni siquiera los sacramentos son originales, incluida la Eucaristía, el “comerse al dios”, cosa tan vieja como el cereal. Los cristianos pueden, sí, reivindicar su Navidad como botín de conquista, pero no como pureza de nada, esa pureza que piensan que se pervierte por los papanoeles, los arbolitos y las luces sin forma de ángel. En realidad, eso se acerca mucho más al primigenio sentido de esta época que su establo: triunfo de la luz sobre la oscuridad, renovación de los ciclos vitales y promesas de abundancia para la tierra y también para el espíritu humano, entendiendo por espíritu humano lo que cada uno buenamente entienda.

Lo que no comprendo es que haya que ganar la Navidad. Me refiero a que haya que pelear por la supremacía de una Navidad verdadera sobre otra falsa, decadente o, como decíamos, pervertida. Es un problema de las religiones en general, que sienten que siempre tienen que salir de alguna manera ganadoras, en multitud o en adornos, en presencia o en fuerza. Al cristianismo le obsesiona que quede claro, en toda ocasión, que porta no sé qué estandarte de autoridad o legitimidad que se le debe reconocer por encima de otras opiniones. Así, la Navidad debe ser puramente cristiana, Europa debe aceptar que sus raíces son cristianas, y en ese plan... Pero Europa es cristiana y griega y romana y pagana e ilustrada y atea y revolucionaria, y fue la dialéctica entre todo esto, aunque es cierto que teniendo como muro de contención en sus avances precisamente a la ortodoxia religiosa, lo que ha desembocado en nuestro sistema de libertades, en nuestra civilización. Demasiado complicado esto para asignarle un solo padre, un solo abanderado, una sola estrella que nos haya guiado en la historia.

Esta Navidad es la Natividad de un niño Dios, y del sol, y de la luz toda, y de la naturaleza, y del mismo ser humano que vence a la oscuridad exterior o interior; es de los cristianos y de los ateos y de los pasotas; es el impulso de renacer y crecer, es la esperanza representada por ese sol que se para en el cielo como pensando en morirse en las sombras y luego decide que no, que todavía merece la pena otra vuelta por la vida. Esta Navidad con pastores y bombillas, con renos y melaza, con Jesús y Osiris, con los Reyes Magos y Papá Noel, con árboles y canciones, con rezos apagados y ojos abiertos, con alegría y melancolía, con fe y duda. Esta Navidad ya es pura. Esta Navidad ya está ganada. Por todos. Feliz Navidad.

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