9 de noviembre de 2010

Los días persiguiéndose: El cine del PSOE (19/10/2010)

Leyendo el obituario del gran Manuel Alexandre recordé que él ya se nos moría de viejo en las películas de Parchís. Eso sí que es llevar años en la profesión. Es curioso, pero en casi todas las películas hay alguien que se va a morir y enseguida lo sabemos porque tose o porque le quieren demasiado, hasta para una película. No sé si en política ocurre lo mismo, pero yo diría que no. Hay un interesante ensayo de Edgar Morin, El cine o el hombre imaginario, en el que afirma que el primer milagro del cine reside en la evidencia de lo cotidiano, y en esta idea, emparentada con la máxima de Bertolt Brecht de “que pueda inquietarnos toda cosa llamada habitual”, Morin ve el comienzo no sólo de la ciencia del cine, sino también de la ciencia del hombre. Morin habla de la “realidad semiimaginaria del hombre” y acierta al notar el parentesco del lenguaje del cine con el de la psicología. En el cine están nuestros arquetipos, nuestros héroes, nuestros villanos, nuestra justicia, nuestra recompensa, proyectados por un “ojo mágico”. Sabemos que el que tose en la película morirá y eso no será gratuito, sino que simbolizará un sacrificio o servirá de revulsivo para otro personaje. Es lo que esperamos, es lo que deseamos.

La política no sigue estos guiones y Zapatero lleva tosiendo una legislatura entera sin que eso lance a otro héroe o nos deje una enseñanza. En el cine, el muerto y los espectadores saben el porqué de ese papel y asumen el giro de la trama o el final con lágrimas y moraleja. Pero un muerto que no se muere, que esperan todos que se muera pero sigue en pie aburriéndote de la película, eso no hay quien lo aguante. Zapatero podría ser ese primer amigo tiroteado del vaquero de una nueva socialdemocracia, o podría ser una dama de las camelias muriendo para la expiación, pero sólo es un zombi alargando su agonía y alargándonos a nosotros una interminable sesión de invierno. Al régimen andaluz le pasa lo mismo. Lleva años sonando a crepúsculo de los dioses y durando en su caída casi tanto como lo de Wagner o la Norma Desmond de Wilder. Oímos a Griñán hablar de “ilusión” y de “honestidad” con el pecho atravesado de flechas de realidad y vemos que no cuadra, que lo que debería ocurrir es que cayera sobre un saco o sobre el techo de una diligencia. Sabemos cuándo un personaje no da para más, cuando ya ha tenido su plano, su frase, cuando ha recitado un largo monólogo o sólo ha sacado una lanza como dicen en el teatro, pero se ve que ya está cumplido y a partir de ahí estorba. Se nota porque la trama ya no le necesita más que para que el protagonista le cierre los ojos y siga adelante. En esta película de España o Andalucía deberíamos asumir que los protagonistas somos los ciudadanos y que el secundario que hacía de padre, de maestro, de esbirro o de bufón a veces tiene que morir para que consigamos a la chica o nos encontremos cara a cara con el malo. El personaje nos sostuvo, nos alentó, nos maltrató o nos engañó, pero lo importante es que ya no aportaba ni conseguía nada, y ya no puede formar parte del objetivo, del destino, ya no puede acompañarnos por las colinas así, muriéndose sin morir hasta el final de la película. Jean Tédesco dijo que “parece que las imágenes que se mueven han sido especialmente inventadas para permitirnos visualizar nuestros sueños”. Hay quien ya no tiene sitio en este sueño, en este guión: todos estos personajes que salen tosiendo porque la trama, la realidad, les dice que tienen que desaparecer. Pero ellos siguen, quizá sólo para no dejar que la película termine, ya sea en disparo o en beso.

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