19 de octubre de 2010

Somos Zapping: Cenicientas, toreritos y chachas (11/10/2010)

Sueños. Se llama copla mantiene su corazón kitsch puro e irrenunciable como el de las bodas poligoneras, pero ha ido añadiendo además un tono telecinquista que se nota en cotilleos, parientes y comentadores de las fajas, mohínes y tirones de pelos de los concursantes. Ya me di cuenta cuando Pive Amador empezó a imitar a Risto Mejide, a pesar de que un coplero yendo de duro y de castigador queda más o menos como Terminator con bata de cola. Ahora, hasta graban ganchos igual que los uyuyuy del Tomate. A pesar de eso, como digo, el programa no ha perdido su esencia, que se basa en la redención de los artistas sin escuela o con borriquillo, como en las películas de los 50 donde el protagonista limpiabotas o pescador o criadita o maletilla consigue escapar de una miseria no exenta de alegría, ternura y bondad, y alcanza el éxito a través del artisteo propio de la raza, cantando o toreando. El otro día nos lo demostraron presentando a una participante con un vídeo que la retrataba como una Cenicienta en una curiosa versión folclórica del cuento. En el teatrillo, la chica pasaba de fregar de rodillas a una gala coplera con príncipe incluido, cosa que pretendía resumir realmente su vida: ella de verdad trabajaba antes fregando en un bar hasta que el hada madrina de Canal Sur le puso volantes, micrófono y fama. Eso seguimos siendo en Andalucía, el sueño de Cenicienta, una película de Joselito incluso en el siglo XXI; ese llegar, sin más que exhibir la pureza del alma, a artistilla de la raza, máxima o suficiente o única aspiración de esta tierra, igual que la de Cenicienta era cazar a un príncipe lacio. “Se llama copla es su sueño hecho realidad”, rotulaban en el programa. Pero estos sueños, ya de adultos y para todo un pueblo, sólo dan tristeza. Sin embargo, qué útil es mantener a la gente soñando en su pobreza mientras le canta al borriquillo o a la aljofifa. En la España de los 50 lo tenían tan claro como en la Andalucía de hoy.


Niño gladiador. Es otro de esos héroes de la raza de los que hablábamos, pero con sólo 14 años según he leído. No es un niño de Juan y Medio o de Mi primer olé, aprendiendo del Mani o de Manuel Orta la manera de estar orgulloso de su horterez. No cuenta chistes forzados ni se limita a fandanguear entre las babas de los mayores. Va mucho más allá porque este chiquillo ya roza la tragedia, ha aprendido a ponerle muecas a la muerte y con ellas levanta a la gente de sus asientos, quizá porque es como si vieran a un Niño Jesús queriendo ser crucificado pronto. Sí, porque el chaval torea, ya mata novillos a estocadas. Se llama José Antonio Lavado y lo vimos en una retransmisión de Canal Sur mientras Enrique Romero alababa su arrojo y su corta edad de una manera gloriosa y obscena, como si se felicitara de encontrar a un niño gladiador. Estuvo a punto de llevarse un par de revolcones, que sólo enardecieron más al público. Pues sí, hay gente que asiste a espectáculos en los que se juega la vida un niño de 14 años. No sé qué dice la ley, pero a mí esto me parece tremendo. Él va para figura, dicen. Y nosotros, de cabeza a la barbarie. Orgullosa barbarie, por supuesto, como es costumbre aquí.


Servicio. Le pegaba mucho al programa sacarnos a una chacha andaluza, aunque, claro, una chacha sublimada en la ternura, la abnegación y la alegría, el ser chacha como un gozoso sacerdocio. En 75 minutos sabemos que son capaces de convertir las miserias de las crisis en una oportunidad para los buenos corazones o la penosa emigración de andaluces a la vendimia francesa en una risueña excursión campestre con tortilla y vino. Por eso no me extrañó que nos trajeran la idílica historia de una mujer de nada menos que 77 años que, encorvada, frágil y consumida, todavía anda barriendo, comprando, planchando, cocinando y sirviendo a una estirpe de varias generaciones de pijos que, eso sí, la quieren mucho. 77 años y 65 trabajando para la familia, desde los 12. La mujer apenas puede cargar ya con el carro de la compra, pero ahí sigue, entregada, leal, digna, contenta, renunciando a su jubilación, a su vida entera. Qué pena, qué abuso, qué estampa casi esclavista. Pero qué haríamos sin el servicio, vino a decir luego Carmen Martínez Bordiú, oficio o monacato al que dedicó elogios delante de otras amigas pijas. ¿Quién iba a cuidar si no a sus dos perros, Moc y Com? Sí, ya sé, es encantador cuando esta gente menciona a sus perros a la vez que al servicio, aunque diga los nombres y cuente la historia de los chuchos pero no de los criados. Menos mal que está la sumisa y agradecida casta de las chachas andaluzas, fieles hasta la humillación y hasta la muerte si hace falta. Cenicientas tonadilleras, niños toreritos y chachas de señoronas, vaya artículo el de hoy. Para estar orgullosos de dónde ha llegado Andalucía.

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