19 de octubre de 2010

Los días persiguiéndose: Fantasma de domingo (28/09/2010)

No será domingo mañana, ni desaparecerá en realidad el ruido, sino que los martillos golpearán el aire y todos creeremos habernos vuelto sordos. No sé cuál es el sindicato de los parados, que acaso no existe. Los que no pueden hacer huelga porque están sin trabajo tendrían razón para una revolución. Los demás, no sé contra quién o qué, o a la gloria de quién o qué agitarán la escudilla. Las huelgas generales son políticas, pero en sus vídeos los sindicatos sacan a los empresarios babosos, fachas, ya eternos y culpables antes de cualquier reforma laboral o gobierno traidor. ¿Y los bancos? Qué les importará a los bancos una huelga de cerrar mercerías y amordazar a factores de estación... Y si de verdad fueran el paro, la pobreza y el fracaso de los políticos los que provocan a los sindicatos para estas marejadas, en Andalucía no habríamos salido de la huelga en 30 años. Mañana parecerá que rezan las panaderías, que los cerrojos se callan, que las calles patrullan en círculo. No importará que el país se pare mucho o poco, porque se sentirá esa atmósfera de alarma, de vigilancia y de intriga en que consisten las huelgas generales desde que son otro instrumento de la política de partido o bien mera propaganda de los sindicatos, que tienen que venderse igual que la Coca-Cola. Yo creo que los sindicatos han convocado esta huelga no para pedir, ni para protestar, sino para ser, ahora que los demás dejaron de creer en ellos, que no se sabe a quién sirven, que los vemos confundir a sus hijos y a sus dueños, vender sus silencios y olvidar sus lealtades. Estas huelgas ya no necesitan ni buscan reivindicaciones ni culpables, sólo mirarse latiendo en su día señalado, como late, sola, una campana en domingo, soñando que ordena el mundo y que sobrevive a su pereza.

Aseguraba Ortega que el fin de los imperios y las civilizaciones se produce siempre por una crisis de legitimidad, y quizá es lo que padecen ahora, en su decadencia, los sindicatos. Su legitimidad se la otorgaba el trabajador por el que luchaba, pero el trabajador real, concreto, tiznado, explotado, no sublimado o instrumentalizado por teorías políticas y económicas o seguidismo partidista. Pero el sindicalismo se conchabó con la política, se sometió a ella, buscó su dinero, pactó esa gran estafa de la “paz social” y se hizo siervo de sus propios intereses. El resultado son estos sindicatos aburguesados que le comen la oreja a la política a la vez que montan una huelga general contra todo y contra nadie. Mañana no será un domingo ateo, ni una sentada del pueblo, ni una revolución prendida en los autobuses. Mañana veremos la sombra del sindicalismo intentado simplemente ser algo, pero algo muy alejado de aquella fuerza y dignidad que tuvieron los sindicatos antes de que se convirtieran en sucursales de partidos, en chantajistas del apaciguamiento o la agitación, en rebañadores de subvenciones, en azafatas de los políticos. Algo que ya sólo aspira a recibir dinero y a medio tapar la calle con su sordina un solo día, pidiendo a la vez perdón al Gobierno por tener que escenificar un novecento para que el pueblo no les queme las barbas por hipócritas. Los sindicatos saldrán a la calle a robarle a la historia algo que ya perdieron y a luchar contra el capitalismo espantando a los tenderos. Irán inflamados por toda su melancólica mitología del obreraje sin darse cuenta de que ellos mismos se encargaron de hacerla cenizas con su traición al trabajador. Recuérdenle esto al sindicalismo, si acaso mañana se cruzan con su fantasma vestido de domingo.

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