20 de septiembre de 2010

Los días persiguiéndose: Fray Leopoldo contra Hawking (7/09/2010)

Siempre estaba allí, sobre la mesilla, durante las enfermedades de mi niñez, Fray Leopoldo de Alpandeire, con su barba amarillenta y su santidad un poco podrida u orinada, que quizá mi madre lo ponía allí para traspasarle mis calenturas y por eso el hombre tenía tan mala cara, de sorber todos los males de los niños. En realidad, creo que yo lo confundía con ese otro fraile que te decía si iba a llover o no colgado en la puerta de la casa, pero es que, de chiquillo, todo eso parece la misma magia. Ahora lo beatifican, colocando sillas mirando al cielo, cuando ya no sabemos si Dios y sus ayudantes tienen sitio en esta época, como ya no tiene sitio en mi mesilla un quinqué. Dicen que Fray Leopoldo se consagró a Dios después de que ver cómo un rayo mataba a uno que no rezó durante la tormenta. Mucho se podría decir sobre la teología y la moral que saldría de ese Dios churruscador, pero yo me fijo más en que, como siempre, hay quien mira al cielo y ve directamente la cocina de los dioses, y hay quien ve maravillas entendibles sin poner antes que nada un padre o un director de orquesta.

La que le está cayendo a Stephen Hawking, total, por actuar como un científico, por mirar al cielo sin prejuicios y ver que las estrellas brillan sin manos que las enrosquen. La polémica ni es nueva ni terminará aquí, lo que ocurre es que la ciencia ha llegado ya a los últimos misterios y cada vez tiene más ecuaciones que le cortan la barba al viejo Dios sentimental, necesario para muchos más como consuelo que como explicación. En realidad, todos los argumentos intelectuales a favor de la existencia de un Dios se los cargó Kant (sí, aunque todavía hoy algunos vuelvan a Aristóteles). Tras Kant, sólo quedó el argumento moral, aún más pobre creo yo. Lo que viene a decir Hawking es que todo indica que el Universo es una realidad autocontenida en la que nada exterior pudo influir nunca, ni siquiera para elegir sus leyes. Dios no habría tenido ni la oportunidad para meter el dedo y echar a andar la cosa. ¿Pero por qué estas leyes y no otras? ¿Y por qué hay Universo en vez de nada? Siguen siendo buenas preguntas, pero habrá que buscarles otra explicación porque Dios no sólo no aporta nada para entender el Universo, sino que parece que el mismo Universo le impide encajar en él. Quizá la respuesta esté en el Multiverso, la infinita espuma de los universos haciendo, ciegamente, que exista todo lo que es posible que exista. Que los creyentes no culpen a la ciencia, que sólo hace su trabajo. La idea de Dios ya se ha ido matando ella sola de contradicciones e inutilidad. De todas formas, cada cual seguirá eligiendo, con sus luces o su corazón, entre Hawking y Fray Leopoldo, entre lo que es y lo que le gustaría que fuera, entre la osadía y el miedo, entre su inteligencia y su niñez.

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