17 de junio de 2010

Los días persiguiéndose: Museo de jetas (15/06/2010)

Esos espíritus de las casas, esos fantasmas cerrajeros, esas almas con candil, esos espectros sin orinal que tienen que venirse de su mundo a éste para hacer pis por la noche... Más que un cielo o un infierno, me parece que en el más allá lo que hay es sólo un curso de bricolaje que te obliga a volver a apretar bisagras o a repellar una pared de vez en cuando. Bueno, en realidad eso depende de las clases, que también las hay entre los muertos. Los castillos dan lores paseantes, subidores de escaleras, apagadores de velas o mecedores de butacas, como mucho. Las casas humildes andaluzas lo que dan son fantasmas que se aplican en los desconchones o te pintan la cocina como el cuñado. El caso es que morirse no es ese aburrimiento o esa mala postura eterna, sino una actividad intensa, gremial y creo que hasta sindicada, aunque, como en esta vida, a los aristócratas les toca sólo mover los ojos en los cuadros, mientras que a los currantes los ponen a empapelar como en los 70. Eso debe de ser lo de Bélmez, claro.

Esto de Bélmez, o nos lo tomamos a broma, o es cuando llegan de verdad el repelús y el miedo, no de que los espíritus te toquen el sonajero por la noche o te hagan grafitis en las paredes, sino de comprobar hasta dónde llegan la memez y la credulidad humanas. Un día, el hombre primitivo vio a su compañero muerto en la cacería apareciéndosele en sueños, o a un animal (quizá su tótem) rondar por el lugar, y con su limitada mente, dedujo que de alguna manera ese colega muerto seguía vivo o presente en otra forma o en otros lugares. El alma, el “hombrecito” que vive dentro de nosotros (lean a Frazer, como siempre), que viaja fuera del cuerpo, que se injerta en otras cosas o vaga solo, esta superstición primigenia fruto de las malas asociaciones de causa y efecto de una mente primitiva, no sólo nos sobrevive aún, sino que impera con gran avilantez. Tienen la culpa Platón y sus secuelas, y claro, el cristianismo, que se derrumban si les quitas esa pobre muleta o cazoletilla del alma. Resulta increíble que el sueño de un ancestro cazador haya dado lugar a las religiones y a sus negocios, y, colateralmente, al miedo de ir al frigorífico por la noche, por si un fantasma nos roza el cogote. Pero el hombre, tan cobarde, es capaz de creer en cualquier cosa que le proporcione consuelo, y la inmortalidad, eso de que después de desintegrarnos sigamos en otro sitio tocando el arpa, haciendo de sereno por las casas o incluso siendo cocido por los pecados, parece que es un gran consuelo para algunos. Que cada cual se consuele como quiera, pero otra cosa es que las estupideces particulares se paguen con dinero público.

Leo ahora que van a construir nada menos que un Centro de Interpretación de las Caras de Bélmez, que costará casi un millón de euros aportado por fondos europeos (¡?), por la Diputación de Jaén y por el ayuntamiento de ese pueblo de las caras o los jetas. Si algunas almas cándidas aún se creen la trola, o se preguntan, como suelen hacer los pobres de espíritu, que por qué no va ser verdad, les cuento que aquellos monigotes se pintaron con sales de plata y manos muy humanas, como no podía ser de otra forma. Hace mucho que la patraña se desveló, pero la estulticia es un buen negocio, y difícil de desarmar: su clientela es demasiado vasta y entregada. No viven los espíritus, son los magufos y las iglesias los que viven de ellos y de las humedades mentales que provocan en los simples. En Bélmez harán un museo de la idiotez con dinero de todos. Supongo que allí no les importará servir de cachondeo mientras saquen pelas. Y seguro que tienen éxito. El linchamiento de la inteligencia siempre ha atraído a mucho público.

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