18 de mayo de 2010

Los días persiguiéndose: El escalpelo (18/05/2010)

Yo creía que a las ideologías de tapetillo y a los ismos con Pentateuco se los había cargado la crisis y sólo nos quedaba la hora de los médicos de la peste, de la economía de guerra, de los fundidores de campanas para hacer monedas o escudillas. Hasta Zapatero ha tenido que apostatar de su socialismo de cantautor porque se ha dado cuenta de que sustituir el dinero por margaritas no funciona. Y la derecha, a la que parece que le han robado el libro de recetas, y que debería estar de acuerdo con esos ajustes, prefiere olvidar sus dogmas para seguir teniendo damnificados de Zapatero, esta vez esos pensionistas y tiesos. A unos los ha despertado la realidad que no casa con los poemas, a los otros los ha reconducido una estrategia de partido que necesita descontentos y agraviados, haga Zapatero lo que haga. El caso es que estas ideologías de la creencia no valen nada cuando la economía obedece a sus propios dioses, la oposición a sus ambiciones y el pueblo, a su rabia. Sólo la izquierda megalítica, su comunismo imposible que no tiene que rendir cuentas porque nunca gobernará, se puede permitir soñar aún con la revolución de sus viejos barbudos. Pero sus soluciones no importan porque hablan de otro mundo. La economía global, fría, sin sentimientos, funciona ya con máquinas desideologizadas, y cuando se para de esta manera brutal, sólo hay una mecánica que lo arregle, una mecánica que ya no es ni política, sino como ferroviaria. Un perno roto requiere otro perno, y ahí no hay opiniones que valgan. Es lo que ha terminado entendiendo Zapatero, aunque tarde. Creo que las ideologías funcionan únicamente en la abundancia, que es cuando todavía se puede escoger si el dinero va a un cajón o al arcoiris. Pero ahora que nos hundimos o agonizamos, les toca a los cirujanos y a los maquinistas, que no miran ideologías sino láminas, que sólo atienden a si dejan un muerto o un vivo, un motor o una chatarra.

Sí, yo creía que esta crisis, esta emergencia, había acabado de alguna manera, aun temporalmente, con el lujo de las ideologías y sus eslóganes, como el hambre acaba con el lujo del merengue y sus guindas. Por eso me ha sorprendido mucho lo de Arenas inventándose otro ismo. Eso de nombrarnos un nuevo santo o un nuevo horizonte, ese inaugurar palabras y enfocar mayúsculas como un podio, sabíamos que era la estratagema del socialismo andaluz, pero Arenas parece que lo ha adoptado cuando menos pega, cuando ya ni Zapatero cree que los versos basten para alimentarnos. Ahora nos viene Arenas con lo del Nuevo Andalucismo, que no sabemos qué es pero suena igual que las modernizaciones y las imparabilidades de los otros: a campanillas en las nubes, a título sin novela, a cartelón de sombrerería. El andalucismo ha sido ya demasiadas cosas aquí, autonomismo ingenuo, zumo de la tierra, monacato de banderas, mucamita del PSOE, regionalismo del suspiro, portarretratos de vanidades y hasta dulce moruno en su más nueva reencarnación arabizante. También podría ser ahora lavandería de toallas para el PP, pero eso no aporta nada, no sirve para nada, sólo para sumar otra religión más a todas las que le han ido dando a este pueblo tan harto de rezar desmayado. No es tiempo de inventar más romances ni estribillos. De esta crisis no nos salvarán los políticos, que sólo parecen mirones estorbando con sus pancartas. Nos salvarán los que saben escuchar al dinero en su respiración y sus neurosis, y no lo harán con ideologías, sino con balanzas y escalpelos, asépticos y sin emociones. Ya luego, con lo que quede, seguirán jugando los políticos a las casitas.

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