31 de agosto de 2009

Somos Zapping 16/08/2009

Felices. Ay, la felicidad, qué cosa tan barata. “Con este sol y esta alegría”, que diría Roberto Sánchez Benítez, no hace falta seguramente más, o de eso es lo que intenta convencernos constantemente Canal Sur. Esa felicidad de mexicano a la sombra, pasiva y amoscada, ese paraíso que es Andalucía como una palmera pintada, como un alimento de pastores. Lo hemos dicho alguna vez aquí, ese beatus ille, felicidad del sol cervecero, de lunas gitanas, de pureza descalza, las “horas tendidas como playas” que escribió Guillén, mientras la naturaleza nos duerme y nos ladra como perros o violas, igual que en El verano de Vivaldi... La felicidad del pobre, sí, la necesidad hecha virtud y el cansino tópico del andaluz que se come su viento, como dicen de los camaleones, y comulga sus manos vacías. Esa felicidad se vende a precio de hortaliza, esa felicidad se promociona en este agosto de hienas, y en las noticias de Antena 3 vi hace poco que los hoteles sevillanos habían ideado una oferta para echarse la siesta en sus habitaciones. De 3 a 7, con mosquiteras para el calor o la realidad, Andalucía ofrece la felicidad de los dormidos como su producto más seductor. Qué acertada metáfora de lo que somos. Felicidad del sopor y de los chorritos o, en otras ocasiones, la felicidad de los druidas, como encontré también en las noticias de Canal Sur. “Flamencoterapia”, anunciaban, incongruente mezcla de taichí y racialidad tras una noche en blanco y al raso en Cádiz, pasando de ese pisotear guitarras tan nuestro a un gurú que decía algo de “trabajar” con el sol y un gran árbol, “la administración de la actitud que nos transmite el árbol”, le creí intender, y “la energía, la vibración y la presión atmosférica (!) que hay aquí, al lado del mar”. Cómo no ser felices escuchando a los árboles, abrazando al mar, durmiendo en esa barcaza que hacen las constelaciones, bebiendo el sol directamente de una concha, bailando cuando la noche pone arriba un esqueleto que tiembla. Pero todo esto venía porque he visto una promo en la que Canal Sur anuncia que, pronto, Olga Bertomeu nos ayudará en televisión a “buscar la felicidad”. Aún parece posible otro punto de felicidad, esa felicidad menopáusica que parecen transmitir ella y su psicología como de cabañuelas. No sé si Olga Bertomeu nos traerá la felicidad de cortarnos las uñas o de administrar la actitud que nos transmiten las fajas, que es lo que le pega, pero podremos ser aún más felices en esta tierra de la felicidad sin peso y sin monedas. En cualquier caso, vienen a decirnos, seremos más felices cuanto más ciegos, sordos, bailones, acostados y embabuchados estemos. Canal Sur se seguirá afanando en convencernos de ello y sólo quedaremos los traidores y los amargados para negarlo.


Reporterismo penitente. La reportera metida en un barreño, comiendo mondas, vendiendo bragas, durmiendo en cartones o en celdas teresianas... Parece que hay una moda de lo que yo llamaría reporterismo penitente, que consiste en elegir una realidad usualmente mísera, penosa o morbosa y hacer que un reportero juegue a sufrirla igual que un lord que se disfraza de mendigo. Se supone que la intención es hacer más cercanas al espectador las sensaciones, pero yo creo que es un truco barato y que se aleja del periodismo verdadero, que es ser ojos y oídos de la noticia, no su carne. Se desplaza el foco de lo noticiable al mismo periodista, a sus caras de lastimita, forzada empatía, asco o sorpresa, a sus dolores de espalda y a sus enjuagues de sobaco. Además, hay algo de indecente en esa especie de expiación que parecen buscar, como si el reportero estuviera haciéndose santo más que contando cosas. En Canal Sur tenemos ese tipo de programa en 75 minutos, con Toñi Moreno haciendo de faquir o de madrecita visitadora, con gesto perpetuo de conmiseración y algo más, quizá de querer purgar con su breve penitencia toda la culpa de la sociedad por las injusticias. El caso es que ella parece sentirse buenísima, llanísima y como perdonada de todo tras cada reportaje, que tampoco aporta mucho, en realidad, salvo su fatigante condescendencia. A veces, incluso caen en el ridículo. El otro día, el tema del programa fue “vivo en la calle”. Vimos a Toñi Moreno dormir en las bancadas de un aeropuerto unas cuantas horas y cualquiera diría que había pasado la noche en una cárcel turca. La narración de sus legañas sonaba a latigazos. Aunque más risible fue lo de un compañero suyo, que para probar en sus carnes toda la tragedia de los sin techo, se acercó a un hombre que se aseaba en una fuente y se echó también una botella de agua por la cabeza. Siempre he pensado que buscar el sufrimiento es una de las más perversas formas de vanidad. Quizá no hay más que eso en este periodismo de crucificarse.

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