13 de julio de 2009

Los días persiguiéndose: El paripé (9/07/2009)

Se gastan mucho en cera y banderas, en tapetillos y juegos de té, para hacernos creer que aún hay instituciones, pero sólo hay partidos. Los ayuntamientos se citan con sus patronos, las autonomías se citan con el Estado, un consejero sube a palacio o un ministro llega como el ditero, pero las ciudades, las regiones y los gobiernos o gobiernillos no se hablan de una almena de lo público a otra, sino de un peldaño del partido a otro, si son compañeros de siglas, o bien de una línea de arqueros a otra de enemigos vikingos, si no lo son. Lo peor de esta política tumefacta que nos ha tocado es que ha perdido precisamente el sentido de lo público, y esto significa perder el sentido del Estado y la democracia, de su arquitectura y sus objetivos. Las instituciones sirven y representan a los partidos, no a la ciudadanía; sólo son las diferentes habitaciones con más o menos muebles que los partidos han ido tomando en la gran casa común, como en aquello de Cortázar que daba tanto miedo. Cuando Gabriel Almagro, delegado del Gobierno andaluz en Cádiz, se jactó en un mitin en Alcalá del Valle de que los proyectos que solicitaba a la Junta el ayuntamiento, con alcalde de IU, en realidad los aprobaba o los tiraba a al papelera el jefecillo local del PSOE, no sólo estaba reconociendo la realidad de esta perversión, ni la normalidad con que ellos la viven: estaba manifestando la alegría por esa audacia y por ese triunfo del poder y los intereses del clan sobre lo público. En cualquier lugar civilizado hubiera constituido un escándalo, pero aquí, tan inmaduros democráticamente, tan acostumbrados a esta partitocracia de raíces sicilianas, a Pizarro le pareció que bastaba con disculparlo por el calentón de pico, como si lo grave hubiera sido mencionarlo, no el hecho en sí. Pero qué le vamos a pedir a Pizarro, sargentón que representa como nadie esa política sucia de secta y familia, donde partido y Junta, PSOE y Andalucía, se atocinan en una sola cosa, con los mismos escudos, la misma manaza y la misma caja.

Escenifican citas, fingen diálogos, amañan seducciones. Griñán y Chaves se reúnen con toda la parafernalia de dos ejércitos. La consejera de Economía Carmen Martínez Aguayo va a visitar al secretario de estado de Hacienda poniendo la cara redonda de contar monedas. Pero van a sonreírse y a cruzar cucharillas de azúcar, y todo es como un incesto de primos sobre las alfombras del Estado. El partido ya sabe lo que quiere, lo que le conviene y lo que va a ocurrir. Ni Griñán con su cortijo regalado ni Martínez Aguayo con su encomienda de echar un baile en Madrid se opondrán nunca al tongo que cuadrará el sudoku, a la mano catalana que Zapatero necesita en el Congreso, a los grandes movimientos de cordilleras en los que se juegan el culo. Todo es un paripé. Igual que la Junta reparte la tela a los alcaldes del PSOE, igual que las diputaciones barajan con trampa las ciudades, igual que todo mira a la suprema comandancia del partido, la financiación autonómica sólo tiene un bolsillo, que es el suyo, no se equivoquen. Salones con sofá para desmayos, autoridades que enredan sus pulseras, instituciones que besan o violan una bandera como subiendo una falda... No nos ocultan la obvia y aciaga realidad: que han pervertido lo público, que han terminado haciéndolo negocio doméstico, que han podrido la democracia y se felicitan entre ellos con besos babosos. No hay instituciones, sino partidos. No hay cargos de la ciudadanía, sino jerarquías del clan. Es más que un paripé. Es una estafa.

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