12 de marzo de 2009

Los días persiguiéndose: La herencia (12/03/2009)

Como los reyes, tienen corte, bardos y sangradores; como los reyes, tienen la picha consagrada y el dedo taumatúrgico. Pasan el sello, pasan una corona, pasan una infanta o un delfín con todos sus anillos de cama a cama o de familia a familia. Nuestros gobernantes no llegan ni se van acarreados por el pueblo o las bases de sus partidos, sino que se suceden, se heredan en alcobas austrinas, traspasan el poder poniendo sus manos enfermas sobre la cabeza de primogénitos o validos, entre confesores y viudas. El pueblo no tiene nada que decir en sus misas y concilios de partido, y el mismo chambelán que anuncia que el rey ha muerto y grita que viva el rey le dará luego las papeletas ya escritas para que vote en domingos ciegos de luz el futuro que ya han planeado en comandita.

Esa palabra, “sucesión”, sea de Chaves o de otros, remite al orinal de los reyes, en esta democracia de estirpes, ahijados, camarillas, mayorazgos. El pueblo sólo tiene candidatos ya con sus retratistas buscados, después de que otros los hayan elegido según la limpieza de sangre o la fidelidad a una espada. Sucesión: el rey viejo entrega a un vástago sus collares y sus escudos, la herencia que ellos piensan que es el pueblo, la autonomía, el país. Se traspasan toda la democracia como un caballo. Pero no somos herencia, no somos yeguadas, y los gobernantes o sus gabinetes que tras noches en blanco, visitas de arcángeles o echamientos de cartas eligen “sucesor” han confundido la democracia con su cofre. Lo hizo Aznar elevando su dedo como un cayado, lo hicieron otros como Pujol o Fraga. Y siempre dan enclenques consanguinidades, príncipes enfermizos, niños de papá a los que atormentan las pesadillas de los usurpadores.

Chaves no quiere que se hable de su “sucesión”, aunque fue él con su bocaza el que comenzó todo. A mí tampoco me gusta hablar de “sucesión”, por todo lo que queda dicho aquí. La política no debería ser cuestión de linaje, con un partido, una autonomía o un país reducidos a simple ajuar. Chaves ya se ha heredado a sí mismo demasiadas veces y un hijo con su apellido no aportaría un cambio significativo. Yo preferiría hablar de “renovación”, porque me cuesta trabajo admitir que la socialdemocracia en Andalucía sólo pueda ser este régimen egipciaco, omnímodo, marrullero, mostrenco, comilón y estatista. Y esa renovación no tiene nada que ver con sustituir la vejez regia de Chaves por un descendiente de las mismas familias hacendadas. La sucesión significa el dedo señalador desde arriba, el suave cambio de cortinas y ropajes de un legatario, mientras que la renovación es el terremoto desde abajo. Pero es difícil imaginar revoluciones en una estructura de partido que se ve poderosa, imbatible, con tentaciones de Eternidad y Absoluto. Está claro: lo único que puede salvar a la socialdemocracia en Andalucía es una catarsis, y eso sólo ocurrirá si estos falsos socialistas señoritos pierden el poder. Entonces no tendríamos ya a un rey que sólo se limita a ponerse la peluca del anterior y a contemplar los mismos valles desde su almena, sobre los esqueletos podridos de sus antecesores.

Nuestros gobernantes, con las telarañas y las águilas de los reyes, se suceden dándose besos o acaso puñaladas, a espaldas de la ciudadanía. La cuestión no es la sucesión de Chaves por un trasunto, sino si llegará a nuestra política el fin de esta era de monarcas emparentados con los dioses. Me dará igual Chaves que alguno de sus infantes. Lo que hay que pensar es qué será de Andalucía mientras consista en una herencia.

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