23 de febrero de 2009

Los días persiguiéndose: Reina del Guadalquivir (19/02/2009)

Una chiquilla le hizo un poema, “Reina del Guadalquivir”, allí en ese altar frente a un ascensor, con vigilia de lápices de colores y velas como cipreses derretidos. Mientras, en los juzgados de Sevilla, el pueblo elevaba patíbulos con extrañas herramientas, quizá las hoces que deja siempre la muerte en las manos. Reina del Guadalquivir, la llamaba la chiquilla, como una emperatriz muerta en su barcaza. A la muerte acuden los pájaros, los hierros, los faroles, las niñas con trenzas de flores y lágrimas. Pero cuidado con la soberbia del dolor, con el lujo del luto, con las misas nacionales, con los juramentos ante los ataúdes. No se puede derrocar a la Justicia volviendo de un entierro, con los ojos mojados de tierra, porque a la venganza le cuesta encontrar ecuanimidad e inocentes. Esto no puede ser la ira de Aquiles de todo un pueblo o habremos sucumbido a la barbarie.

Marta del Castillo, como antes Mari Luz... Estos crímenes son más que asesinatos, son arquetipos que producen reacciones programadas en nosotros. La víctima icono de la inocencia y el monstruo cruel son el bien y el mal puros, ante los que sentimos que debemos afianzar nuestra bondad a la vez que exorcizar nuestra maldad. El mito de la lucha contra el monstruo se escenifica en nosotros, y no es la justicia, sino la propia expiación, lo que se busca. Y esta expiación sólo puede conseguirse cuando hemos manifestado nuestra piedad con grandes alardes de buenismo y luego se ha matado al monstruo, matando también lo que hay de malvado en nosotros. Lo que ocurre es que esta muerte simbólica la quieren hacer efectivo empalamiento. Lo estamos viendo otra vez, al aire funeral de la calle, avivado por campanas y puños. Por eso hay velas y poemas, camisetas y manifestaciones, nudos de horca y crujido de hogueras, lágrimas con las que secretamente nos perdonamos y cólera vengadora con la que nos distanciamos del mal. Esto, aun siendo comprensible, es desmesurado si quiere ir más allá. La familia ya ha solicitado un hueco en las agendas de Zapatero y Rajoy, y de nuevo suenan los grilletes de cadenas perpetuas. Es el clamor del pueblo, dicen. No sé si esperarán que las condenas las decida el barrio por SMS, pero la Justicia no puede funcionar con autos de fe, con teas en las plazas, con circos de leones, según el despliegue de vecinos, medios y policías que mueva un asesinato u otro.

La reina del Guadalquivir, con corona de juncos, con la cabeza de virgen apoyada en la colmena que es el sol en el agua. Alma de paloma escapada, flores nacidas en el pecho, bocado del monstruo, niña dulce tronchada por la maldad. Nuestro dolor, nuestra piedad, nuestra solidaridad, nuestro consuelo, nuestro miedo, seguramente necesitan estas imágenes. Pero no necesitamos la venganza, que no es justicia. El pueblo puede llevar puñales en el corazón como las dolorosas, pero no así la Ley, que no está para repartir la sangre entre sus deudores. El día en que la pasión de las multitudes condene o santifique, algo importantísimo habrá fracasado. Las lágrimas y la rabia tienen su razón y su tiempo, pero la cordura, el sosiego, la Ley, deben tomar su lugar. Algo me dice que olvidarán los poemas y seguirán pidiendo crucifixiones.

1 comentario:

Anónimo dijo...

el poema es de un corte dantesto y malevolo , hipocrita y retorcido . La justicia debe actuar rapida o el pueblo se tomara la justicia por su mano bajaros de las nubes y pensar con la cabeza y actuar sino que desaparezcan los jueces y gobernantes que para lo que nos sirve nos da igual