3 de noviembre de 2008

Los días persiguiéndose: El refugio (31/10/2008)

Arreglemos el mundo, llamemos a Zarrías. Con esta invocación despierta mi mañana. Tengo el día cínico, y eso se siente igual que una resaca. Zarrías, con él empiezo. Más que un embajador es un camellero de lo andaluz por el planeta, llevando secano y polvo, nuestra hambre eterna de púas en la lengua, comida regurgitada de un pobre a otro pobre. Vuelve de Palestina, envuelto en sus trapos y en mi carcajada. Ya ni siquiera intentan escapar del ridículo, estos gobernantes impostores, sino que lo van habitando igual aquí que en chozas por los continentes. Comienzo por esta noticia y me doy cuenta de que la actualidad ya no me da miedo, ni frío, sólo me mueve a la risa. Los viajes de mesías barquero de Zarrías, la crisis que Chaves dice que “no está en sus manos”, la chirigota de dirigentes del PSOE (la vocación les pesa) contratada por la diputación de Cádiz… Nuestra idiosincrasia no es la morería de los aljibes, ni el vino que derrama una luna gitana, ni las rejas que hacen las muchachas con su pelo, ni siquiera esa fiesta antigua sin pan y con borriquillos. Creo que ya sólo nos define el ridículo, en la política como en la calle. Escapar de este ridículo, extirparme lo andaluz tal como lo traen nuestros mandamases con sus mojigangas y zambras, con su idiotez traspasada a todo el corazón de cartón de un pueblo, ése es el deseo que siento después de la carcajada, no más.

Tengo el día cínico, y además estoy purificándome con belleza mientras aparto el asco de la actualidad a escobazos de arte y humor. Estoy en un refugio, la casa de unos amigos en Huelva, entre música, películas y libros como gatos por el suelo. Las noticias me llegan como esos sacos en los que suena una risa si los aprietas. ¿La ridiculez es nuestra idiosincrasia? Me deshice hace mucho de las patrias, y quizá es demasiado tarde hasta para buscar en el desprecio las esencias de esta tierra o de otra. Sería incapaz de elegir entre esta Andalucía de chiste y otras “nacionalidades” con fusileros en la lengua y dioses exterminadores en la historia. Pero de libro en libro y de disco en disco cae en mis manos un durísimo Schopenhauer: “El tipo de orgullo más barato es el orgullo nacional. Quien está poseído por él, revela con ello que carece de características individuales de las que pudiera estar orgulloso, pues de lo contrario no echaría mano de algo que comparte con millones de personas. El que posee méritos personales relevantes advertirá con toda claridad los defectos de su nación, ya que los tendrá a simple vista. Pero el pobre idiota que no tiene nada de lo que pudiera enorgullecerse se agarra al último recurso: estar orgulloso de la nación a la que pertenece. Eso lo alivia y, agradecido, se mostrará dispuesto a defender con uñas y dientes todas las taras y necedades propias de su nación”. Dolorosa clarividencia.


Zarrías, empiezo con él, me trae la primera carcajada. Pero luego con mis amigos descubro a Gossec, y decidimos que de él bebieron desde Mozart hasta Berlioz. Y Ana Rosa Díez, que está representando con la compañía El Mentidero una versión lírica, descalza y en llamas de Espacio, de Juan Ramón Jiménez, me enseña el velo que se puede tejer uniendo los versos del poeta con la música de Richard Strauss. Zarrías, Chaves, la crisis con espantapájaros y las chirigotas de Andalucía me hacen reír más con misericordia que con desprecio. Hoy, la música llena la casa como de alfombras y de luciérnagas. Me siento lejos y a salvo, libre y extranjero. Hoy he vencido a los políticos.

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