24 de octubre de 2008

Los días persiguiéndose: El zoo (24/10/2008)

En el zoo de Jerez descubrí de pequeño que los animales olían a sol y a heces. La naturaleza con el culo pelado, sentada sobre sus cáscaras, bostezando y recibiendo manguerazos de sombra, me pareció más su hospital que otra cosa. Recuerdo que los bichos tenían algo de flacos, de dormidos, de pobres y hasta de impostores, medio salvajes como medio vivos. Nunca imaginé que aquello podría ser un día enseñanza y modelo para la reindustrialización de una comarca, aunque quizá las mentes preclaras de la Junta han pensado que allí los parados de Delphi tendrían la oportunidad de ver un reflejo de ellos mismos, también medio salvajes y medio vivos, un poco desdentados, un poco espantamoscas, con su fiereza quitada y tirada como un guante, conducidos, enjaulados, narcotizados, expuestos, largo y lento paisaje de sol en las barrigas y bocados al aire. Yo fui allí de niño, al zoo de Jerez, kioscos de pájaros, castillos de monos. Los animales y los niños se entienden, se reconocen, como todos los seres inocentes, habitantes del suelo, de las caricias y del tiempo infinito. Yo creo que los animales del zoo y los parados de Delphi también se reconocieron en lo que tienen de sombra encerrada, de duermevela, de expulsados de la jungla, de heridos de flecha, de día sin horas.

El zoo o una bodega, dos sitios donde se reblandece el tiempo y se ahogan flores machacadas. Dos formas de tumba o de intoxicación hacia donde llevan a los parados de Delphi en sus cursos de campamento, en sus merendolas o autocines. Yo estuve un tiempo impartiendo cursos a desempleados, y también a trabajadores y a empresarios. Ordenadores, ofimática, Internet, todo eso que siguen llamando “nuevas tecnologías”... Cuando empezaba, sucumbía a veces a la tentación de apartarme de lo que aparecía en la pantalla para explicar algún principio matemático o físico. Eran los propios alumnos los que me llamaban la atención, con razón, preguntándome para qué les iba a servir a ellos en el curro conocer los fundamentos del sistema binario o de la transmisión de señales digitales. No sé qué hubieran dicho si, jugándose ellos el futuro, les hubiesen llevado al zoo o puesto una película de mamporros. La Junta pretende que los trabajadores de Delphi pasen de los rodamientos a la aviónica, de la fresadora al microchip, pero les montan guarderías, les planean jornadas de guiri o jubilado, los llevan de excursión a alimentar palomas y macacos o a emborracharse de los perfumes lugareños. Y todavía tenemos que soportar el engolado cinismo de personajes como Antonio Pina, especie de vividor del desempleo ajeno, apelando a maniobras y conspiraciones de la derecha para explicar esta tomadura de pelo, este insulto a los parados, esta yincana de millones de euros que los entretiene del sofá al tobogán. Esto, que merecería un motín, mantiene sin embargo a los supuestos izquierdosos callados y en recua.

En el zoo pasta el silencio, se columpia el agua, se peinan las fieras. En el zoo las serpientes se aburguesan y las rapaces parecen sólo corcheas. El zoo es la naturaleza cuando se le lanza un dardo adormecedor y los cazadores se acuestan o se rinden. Cuando el dardo se le lanza a la izquierda, a los sindicatos, a los parados, su domesticación da este panorama de selva sin dientes y de león que bebe en un cántaro, negando en ese gesto todo lo que le quedaba aún de león.

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