22 de septiembre de 2008

Somos Zapping 21/09/2008

Corruptores. Recuerdo cuando septiembre olía a lápices de colores como recién talados, a libros como sábanas limpias, a un azúcar de lo nuevo amontonado. Lo que no recuerdo es que oliera a político, a baba de político, a manaza de político como de viejo verde allí entre los niños. Nunca vinieron a visitarme políticos al colegio, pero eran otros tiempos. Tan pequeños, ya hacíamos muchos diagramas de Venn y muchos quebrados con algo de jeroglífico y de naipe. Creo que los políticos empezaron a invadir las escuelas a la vez que comenzó a idiotizarse la educación. Creo, en realidad, que lo segundo es consecuencia de lo primero. Creo que los políticos se acercan a los colegios para asegurarse de que producen desde muy pronto los ciudadanos incultos y aborregados que les interesan. Vi en Canal Sur la noticia del comienzo del curso escolar, los lloros de los niños, aquella colonia nueva que ponen las madres el primer día, la vuelta a la fila, y, luego, como mandan estos tiempos, el político: Chaves, en mi pueblo, en un colegio de Sanlúcar, en una estampa repugnantemente castrista de niños usados como monitos para moverle banderas al poder. Le regalaron un dibujito de él con chiquillos de la mano, un dibujito que uno imagina encargado y muy planeado desde los despachos políticos, indecente propaganda a costa de los más pequeños. Me dio ese asco que dan los pervertidos, los tocapichitas. En la escuela, los políticos ya no son sólo corruptores del conocimiento, sino de la inocencia.


Andaluces colilleros. Entiendo por qué lo consideran peligroso. Gallardón seduce, ante el pueblo habla como sacándolos a bailar, sabe mezclar la política con cierta desnudez de su corazón, con poemas y sueños de la infancia; no va de salvador ni de leñero, transparenta sus dudas y hasta sus debilidades, quizá fingidas; parece que le han inyectado el suero de la verdad. Es una bestia política. Lo escuché con atención y puede que con miedo, en la encerrona de Tengo una pregunta para usted. O tenemos a un político excepcional o tenemos al peor de los tramposos. En la arena del pueblo, le sacaban los mendrugos de la crisis, las dobleces de la ideología, la religión de los partidos y de los nacionalismos, hasta que un andaluz, un joven sevillano, tuvo que dar la nota. Después de declarase “ateo político” y confesar que no sabía nada de política ni de historia porque le había tocado la Logse, le hizo la única pregunta que según él podía hacerle, la pregunta de los gorrillas, de los tiesos, de los pasotas, de los tirados: “¿Tiene un sigarrito?”. Y de repente vi a todos los andaluces en ese papel triste, vergonzoso y quizá real, el de aparcacoches, menesteroso, superviviente de la calle, pillo, sableador, esquinilla, colillero, despreocupado de los grandes temas, al sol de su indolencia, de su pasividad, de su ignorancia asumida, de su rendición que le parece hasta simpática. No era el cinismo de Diógenes de Sinope ante Alejandro, según aquella famosa y seguramente falsa anécdota, era toda una confesión orgullosa de pobreza material, mental, física, de la ausencia de toda voluntad, criterio, ganas, fuerza, esperanza, expresada en ese cigarrito, todo un símbolo de lo que han hecho de Andalucía sus gobernantes. Tenía que ser un andaluz. ¿Por qué tiene que ser siempre un andaluz?


La botella colorá. En la televisión, lo andaluz nunca es casual. Tiene un cometido, un rol, es una máscara griega del chistoso, el ignorante o el pobre. No sé si el anuncio se ve fuera de Andalucía, aunque supongo que sí. No creo que se haga un anuncio de detergente diferente para cada autonomía. Éste al que me refiero es de Ariel y saca a dos vecinas balconeras de marcado acento andaluz. Una le pregunta a la otra, que va de blanco impoluto, “cuánto se gasta en detergente”. “Poco, yo compro baratito”, le contesta. El anuncio termina recalcando que el detergente tan apañado y barato, ese “Ariel básico”, es “el de la botella colorá”. No roja, “colorá”. El pobretón tiene su detergente básico para pobretones; el pobretón es andaluz y el color de la botella del detergente, también. Lo menos que se despacha, parecen decir, es lo que nos corresponde. ¿Será la deuda histórica otra “botella colorá”?

1 comentario:

Iojanan dijo...

Lo de la botella colorá me llega al alma. Pero qué podemos pedir después de la infesta televisión barriobajera que padecemos..? No, no es insufrible, es ofensiva.