28 de agosto de 2008

Los días persiguiéndose: Chaves en la playa (22/08/2008)

Mi madre suele contarme que de pequeña se dormía escuchando las olas, y era como entrar remando en el sueño. Su abuela era bañista de los forasteros ricos y solían pasar las noches de verano en la playa, en su caseta o carpa o tienda toda de viento, con sillones de mimbre de altos espaldares como cápsulas, que parecían hornacinas para los mojados. El mar de noche dejaba hojas cayendo, suaves telas por la cara y flecos de cielo en las manos. Aquello debía de ser hermoso. Yo, sin embargo, nunca he sido playero. Ahora vivo a cien metros de la orilla y sólo me gusta la playa en invierno, cuando me sirve con frío y transparencia la metáfora perfecta del silencio y la soledad. Veo el verano como una parrillada de carne y suelo echar de menos las estaciones con abrigo y lluvia, en las que el mundo se mete en el alambre de los huesos y te hace más vivo y todo se siente más afilado y más de piedra. Huyo de la playa en verano, que es un cubo cangrejero de pies y sobacos. Nunca he podido encontrarle la diversión a ese cocerse y mojarse alternativamente en un ambiente de colada y de cuarto de baño sin tabiques. La playa es el desagüe del verano y huele a caldo humano y a mierda salada.

He visto las fotos de Chaves en la playa, como un barquillero, como un particular. No sé si la gente en la playa, ahora, flota u olvida. “Lentos veranos de niñez con monte y mar, con horas tersas, horas tendidas sobre playas”, creo que escribió Jorge Guillén. Quizá la gente necesita volver a la infancia un rato de su año adulto. Para el niño, en el mar está el misterio de lo infinito, a la vez monstruoso y atrayente, igual que está en un pájaro o en un gato el misterio de lo vivo. Yo recuerdo cinquillos, sandías, remates de cabeza y ahogadillas por sorpresa. Pero ya se me pasó el tiempo de todo aquello. No sé qué verán los políticos, tan niños, en el mar: la barcarola de su desgana, la huida de un mundo aventado, un sueño de caracol al sol. Chaves en la playa; pasan heladeros mientras todo se derrumba en el mundo adulto, que es como un paquebote escorado del que saltó. La crisis llena el verano de náufragos y los bolsillos de escombro y calderilla, las bombas estallan, Blas Infante vuelve a ser fusilado contra las amapolas, y Chaves en la playa, como dormido en un incendio. Lee, se roza los pies, se achicharra por pereza, mira las pandorgas, se entierra en indolencia como en algas. La playa es una distancia a todo, es un útero, es la gran pecera en que te mete el horizonte, es la siesta de la política a la hora de más calor y más peligro. Chaves en la playa; todo lo importante, lo necesario, lo urgente, está vencido por la digestión y la sombra y se aparta a manotazos con las moscas.

No sé qué podemos esperar de la política en agosto, cuando nuestros gobernantes se esconden de la verdad en los chiringuitos igual que de la suegra. Y si salen un día, de mala gana, es para decirnos que es mentira que los tiburones nos estén mordiendo los tobillos y que para eso no se les despierta. Chaves en la playa, con ahogados a los pies, con palita y cubito, con sueño y memoria de pez, con ese hacer nada de los que no saben qué hacer, no es una esfinge del poder, sino un manisero aburrido, un lagarto cansado y un niño inconsciente del tamaño y la gravedad del mundo y del tiempo. Mi madre se dormía con las olas, que hacían como la música sumergida de muchos grillos. Un político durmiendo así, en las manos del mar, mientras esto se hunde o se quema, mientras los andaluces comen arena y se descarnan en este agosto como un empalamiento o un despeñadero, es otra imagen diferente, de ocaso y de capitulación. Yo huyo de la playa en verano. Hay un mar llevándose carne, dinero y desahuciados, ante el indecente mirar de mecedora de nuestros gobernantes.

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