28 de agosto de 2008

Los días persiguiéndose: Bodas y funerales (28/08/2008)

La boda de Cayetana como una boda de sus loros, la boda que no fue o no será o se inventaron porque agosto traía pocas carrozas.... En este verano acementado de catástrofes ya parece que sólo nos distraen los palomares de muertos y el casarse o el pasearse con anclas de la aristocracia guapa o fea, de los actores cantantes o de las parejas gogós que viven en UVE y en las crónicas de Carmen Rigalt. Pero uno diría que el país está más para morirse que para encamarse, aunque las dos cosas tienen ceremonia, cortinaje y endomingamiento. Se muere la economía volcando su monedero en el orinal, como un mercader veneciano al expirar; se muere la política de su vieja gula, de su gigantismo y de su pereza; se mueren salvándose en el último momento los toreros crísticos con muslos como violines de sangre; se muere el pueblo en coches o aviones de piedra, como siempre lo ha hecho, en mitad de un acarreo o de una breve felicidad. Entre el gran funeral de agosto, con sus muertos como nueces de noviembre adelantadas, una boda o un barco o una medalla atlética ponen alas blancas en la prensa. El amor sin dientes o con joyas, las regatas de los reyes o de los héroes, un hijo que nace en Hollywood ya piscinero, fotos con caballos de cóctel, narices principescas que caben mejor en la moneda... Nos dan esto y los muertos para que no pensemos en lo demás que se nos muere o falta o está equivocado o perdido, en el mundo, en España, en Andalucía.

Me dan tristeza las bodas, en las que los novios han caído como en una trampa para pájaros; me dan tristeza los funerales donde uno también se imagina cadáver y floreado y la muerte parece unos zapatos que te apretarán para siempre; me da tristeza el verano entero como si contemplara a un mendigo desnudo. Cayetana se casaba o no, ducados o enfermerías iban a juntar sus camas y palanganas, y era una noticia falsa o de verdad aguada, como suele ocurrir en esta época, que llegaba entre el adunamiento de muertos, desgracias y escaseces a poner su propio sombrerito en el morbo. Pero al fin y al cabo, se trata de que los dioses bajen a levantar velos y a tocar frentes, para llevar a una eternidad de caoba tanto a un matrimonio como a un despeñado. La aristocracia se casa con más ángeles y cofres, igual que se muere con más habitaciones y mirillas. Los ricos pasan de otra manera por todo, como con estela. Los muertos, quizá también. De ahí que nos entretengan tanto entre ambos, los ricos con planes de boda, timón en el pecho o novia tetera; los muertos con vértigo, pena y misterio.

Las bodas y los funerales huelen igual a flor y a pañuelo. Tienen el mismo público, el mismo chófer y el mismo fondo de armario. Alivian un poco también, de no morirse o casarse uno, y distraen de los propios achaques, desgracias, carencias o tipitos para que nos fijemos en los de los demás. Bodas y funerales, con estas campanadas se nos llena el verano, en el que parece que sólo son los otros los que se entierran o se encadenan. Pasan más cosas, pero no van de gala ni en coches de nácar. La crisis de la economía, la otra crisis de la decencia en política, aún no constituyen espectáculos comparables para el pueblo ventanero. Cayetana se casa o no, los cementerios caen del cielo a pedazos y ni los serafines ni los mirones saben a qué atender. Los únicos que se las arreglan para estar siempre en su propia boda y en los funerales ajenos son los políticos.

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