4 de agosto de 2008

Los días persiguiéndose: 100 días (1/08/2008)

Celebremos los números, ya que no hay otra cosa que celebrar. Un día el ser humano se dio cuenta de que el tiempo era circular y eso nos trajo a los dioses relojeros, las cosechas y los primeros intentos de ciencia mezcla de cocina, agrimensura y magia. Creamos los números y la geometría para seguir al carro del sol. Entre nuestros mayores inventos se suele olvidar el calendario, que puso al hombre por primera vez en un universo ordenado y por tanto predecible, interrogable. Todas las celebraciones de calendario, que empezaron por los solsticios, tienen la misión de recordarnos que vivimos repitiendo ciclos eternos, que el universo que es una clepsidra que miramos y nosotros una sombra que crece y mengua. Primero fueron los astrólogos y los sacerdotes, pero luego acabaron jugando con esto los centros comerciales y hasta los políticos, que ahora nos venden sus 100 días de gobierno como otra revolución solar. También los números redondos cumplen esa función psicológica de devolvernos el orden y el equilibrio cíclicamente. Usamos el sistema decimal porque tenemos 10 dedos, aunque no es la única manera de contar con la manos. Los babilonios lo hacían desplazando el pulgar por las tres falanges de los otros cuatro dedos y levantado luego un dedo de la mano libre por cada 12, o sea, hasta 60. Aún medimos las horas y los ángulos usando como base este sistema sexagesimal (la circunferencia tiene 360 grados porque los babilonios asignaron 30 dioses a cada una de las 12 casas en las que dividieron el zodiaco). En realidad, la matemática es ajena a los dioses y funciona igual sin importar el sistema de numeración. De hecho, los ordenadores usan el tan famoso sistema binario, sólo con los dígitos 0 y 1, y con eso están construyendo el mundo moderno, el mundo digital que etimológicamente también viene del dedo. Sin embargo, aunque la matemática fuera considerada sagrada un día, para los babilonios o para los pitagóricos, no dejan de ser éstas solamente ficciones humanas para ordenar, describir o tergiversar convenientemente lo existente.

100 días de gobierno, la magia aritmética de estos políticos sacerdotales se mueve como anillos ante nuestra cara igual que en aquellos conjuros para que el sol se volviera a levantar o los dioses volvieran a resucitar, que es lo mismo. 100 días no dan para una era, ni siquiera para una estación, pero su superstición o sus mancias los llevan a hacer balance y a aparecer ante los medios, no porque se haya movido nada, sino sólo para decirnos que el cielo no se ha caído sobre nosotros y que todo sigue ocurriendo a la velocidad uniforme y prevista de lo eterno. 100 días, la ficción del equilibrio y del orden de los números, cuando el caos de la economía, que no sigue a las estrellas sino que irrumpe como los cometas (por eso los asociaban con catástrofes, porque no habían aprendido a predecir sus apariciones), amenaza con envenenarnos como dijeron una vez que ocurría con sus colas de cianógeno. 100 días sin reconocer la crisis para que Chaves nos salga ahora con que han sido 100 días de luchar contra ella. 100 días de un Parlamento autonómico como un planetario en el que se duermen nuestros gobernantes igual que pastores. 100 días de inercia de una Andalucía que se mueve como los grandes mundos gaseosos, en la majestuosidad de un lento gigantismo sin vida y sin calor. 100 días de sombras chinescas en nuestra cueva llena de chamanes, hogueras y leyendas. Celebremos los ciclos eternos, celebremos el tiempo porque existe el tiempo, celebremos que contamos días, ya que no hay otra cosa que celebrar.

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