21 de febrero de 2008

Los días persiguiéndose: País para viejos (21/02/2008)

Javier Bardem, con pelucón y matando a tuercazos, se va a comer Hollywood, que adora los papeles de tontos, locos y caníbales. Ha construido a un asesino que mata por fatalidad, tan sin culpa y sin ganas como el destino. La determinación en su tarea está disimulada por el azar, por el karma de los desgraciados, por la razón de lo inevitable. Así matan los iluminados, los tiranos, los dioses y los políticos, haciendo creer a la víctima que la culpa es suya, que en realidad es ella la que ha decidido morir. Pero no, esta columna no va de cine, qué mas quisiera uno. La vida no es cine, aunque eso cantara Aute, sino esta política de tramperos, profetas, felones, maquilladoras, ajustes de cuentas que hacen entre pistoleros y contables. Ojalá estuviera el país para hablar de cine, de arte. Entonces, yo podría escribir sin que se me atravesaran escorpiones, y seguiría con Bardem o confesaría que yo ya le di mi oscar a Expiación, después de que me enamorara con un plano secuencia de cinco minutos donde la playa de Dunkerque era una ópera que ardió. No es país para el arte, aunque ahora todas las páginas culturales lleven días mostrando torsos empaquetados. Lo que estoy decidiendo ahora es si éste es o no un país para viejos, que es el cansancio que quería transmitir desde el título la película de Bardem, el mismo cansancio sin salvación que nos deja quizá la política.

Sí, igual que el personaje de Bardem matan los iluminados, los tiranos, los dioses y los políticos, entre paisajes de aburrimiento, decadencia, lentitud, a distancia y con discursos. Es lo que ha hecho Castro en Cuba, un país que sobrevive a sus pellejos y a sus bicicletas de posguerra encalando a sus muertos. Es la política la que trae un país para viejos. Y cuando ocurre eso los viejos se retiran o se mueren como ganado en las carreteras, pero dejan su temperatura y sus escopetas en las mecedoras. En Cuba llevan la casaca de sus revoluciones, el hambre de sus dentaduras, una época arrastrada a otra época, y eso no ha sido por la edad de un hombre sino por la vejez de una política maldita como una momia, maldita como todo el siglo XX. Castro se jubila pero deja el país convertido ya en su geriátrico. No hay tanta diferencia con lo que pasa aquí, donde se siguen matando los antepasados, los anarquistas y carlismos, los santos con una espada como una escoba y los rojos con un libro como una guadaña. Este es un país para viejos que tiene a la derecha con levitón, a la izquierda con carromatos, a los nacionalismos con cistas mitológicas y a las tabernas con un Dos de Mayo.

No es por la edad Rajoy ni de su primo, de Zapatero ni de su abuelo, ni siquiera es por la edad de Chaves, aclimatado al poder como un lagarto al sol de su isla. Es la política tan vieja y es ese agotamiento de los árboles con horcas. Por eso Andalucía copia a sus señoritos y capataces hasta cuando reniega de ellos, por eso no importa lo que hace un gobierno sino la historia a la que le reza, la guerra en la que se funda. Chaves llega hasta a hablar de arcas de la alianza con el pueblo, cuando los dioses de la Autonomía le hablaron con las barbas en llamas. Todo es viejo, más allá de sus actores, por encima de sus actores. En este país para viejos, con todo podrido, todo ocurrido y todo anunciado, pasan las desgracias por sentencia y aún aparentan que el futuro llegará arrojando al aire una moneda, como hacía el asesino que interpreta Bardem. Pero en los ojos de la víctima (que somos nosotros) se adivina que ya está todo decidido, que no importa elegir entre morir o seguir muriendo.

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