17 de enero de 2008

Los días persiguiéndose: Letra muerta (17/01/2008)

Yo no me levanto con ningún himno patrio desde la mili, donde la bandera y la Marcha Real, irreconocible en aquella versión sólo con la parte de corneta, olían al coñá y a las barreduras del cuerpo de guardia. Que se cuadren los granaderos o los nuevos soldados enfermera, los Aquiles millonarios del balompié o los segadores del hockey hierba, los políticos que chulean al patriotismo o los arrimados que trincan subvenciones, los de las casas museo o los de los archicuernos históricos en la chimenea, los fachas o los conversos, los de Riego o los de Blas Infante, los del Cara al sol o los de La marsellesa. Yo me abstengo, por la trampa, el daño, la simplificación, el fanatismo, las empalizadas y los salivazos de todos los nacionalismos y todas las hileras. Quizá un día pensé que llegaría a levantarme con el final de la Novena de Beethoven, música un poco hortera y versos universalistas de Schiller para la nueva Europa. Pero la Unión Europea, que parece un bufete, también me ha decepcionado, y además me gusta bastante más el final de la Octava de Mahler, y eso que tiene lírica de convento. Me levantaría antes con el Morgen! de Richard Strauss (partitura como de nieve para un poema solar y esperanzador del anarquista o individualista John Henry Mackay) que con palabras futbolistas que pretendieran definir mi pertenencia a razas de la historia o a mitos navegantes. No, yo no soy anarquista. Simplemente, ya pasé la edad de las nanas y dejé atrás las posturitas de lealtad de los mosqueteros.

Los deportistas podrían inventarse ellos una danza de marmita, como el Haka mahorí de los All Blacks, y los políticos otra manera de hacer patria sin tirabuzones en los símbolos, y así nos evitarían estos debates idiotas sobre letras de pastores y sentimientos de cantina. A esta España, que ya definí como una matrimoniada, no la ve nadie marchando a compás con rimas de marines ni con maitines laicos, de ahí el fracaso de la iniciativa, que no es culpa del texto, sino de esa intención de llevarnos a todos a cantar los domingos de la nación, cuando ni sabemos lo que es la nación ni nos sale cantar nada en este corro de caníbales. He dicho alguna vez que los sentimientos no se legislan, y menos aún se pueden consensuar en estrofas con toldos de cielo y veredas hasta el mar, aquí donde con la tierra hacemos pellas para la boca del otro. Los himnos, como las canciones para la comba, disimulan su ridiculez en su edad. Nuevos, no tienen ni sentido ni perdón. Han intentado hacer patria empezando por el final, por la orla o por el funeral, pero una letra no define una patria, aparte de que una patria tampoco tendría que definir nada, ni siquiera colores.

Miren, sin más, el caso de Andalucía. Aquí sí tenemos himno con letra, con historia y hasta con martirologio. Suena a reforma agraria, a hambre con aceitunas, a pueblo levítico y a libertad a caballo. Pero ha quedado para inauguraciones, para guapeo de los políticos y para empapelar leyes paralíticas. Tenemos un himno muy cantabile, que aun así ha visto caducar la rebeldía, enrocar todas las esperanzas y hasta desaparecer el andalucismo que le dio origen. Letra muerta, sentimientos emputecidos, gloria de cementerio, lírica de canallas, abrigo de ingenuos, comida de listos, estribillo de lavadero para el pueblo, foto al sol para los dueños, éste nuestro igual que los otros, con versos o tamboradas. Yo, por eso, no me levanto con ningún himno.

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