27 de diciembre de 2007

Los días persiguiéndose: Navidad pagana (27/12/2007)

Algunos han colgado al Niño Jesús de los balcones y parece una toalla de playa o una caja de polvorones, pero la ciudad en Navidad está diseñada por boy scouts, por jardineros orientales, por gnomos del bosque, por echadores de cartas, por hadas congeladas y por prestamistas. La Navidad es cristiana sólo levemente. Bastante antes de que el pequeño Jesús se hiciera dogma, estampa y escayola, los dioses solares que le precedieron también nacían en cunas de nieve, con los planetas y los animales arrodillados. El 25 de diciembre es el cumpleaños de Dionisos, de Osiris y de Mitra, ante el que también se postraron pastores y magos y que igualmente resucitó al tercer día. A Horus se le representaba recién nacido en un pesebre. La Navidad es el rezo al sol acostado, al sol parado en el cielo (sol sticio) en su posición más baja, y es pagana como es pagano el mismo cristianismo. Antes que rabiar contra Santa Claus, el cervecero de la Navidad, contra El Corte Inglés, que cambia a la Virgen por azafatas de congreso, y contra los alcaldes como lampistas ateos, los católicos deberían rabiar contra Constantino, contra los primeros concilios que fueron broncas de jugadores de dados y mezclaron todos los mitos de este hemisferio para darle consistencia y tradición a un nuevo dios como a un nuevo merengue. Veo en los recibidores de las casas los nacimientos con ríos de papel y molinos de corcho y toda la nieve mentirosa de Judea, pero lo que hay sobre las coronillas de la Sagrada Familia no es sino el disco solar de los egipcios.

La Navidad, todos los mitos del frío, las ruedas del universo que se levantan, los dioses que balan, la naturaleza con rayos prendidos en el pelo. Que no se inquiete la ortodoxia creyente, que la Navidad sigue siendo pura. En la luz que pone sombreros a la ciudad (la luz, eso es lo que pedimos en esta época), en los árboles donde ahora se cuelga en plástico la esperanza de la fruta, de la vida que traerá el sol cuando vuelva de su cueva, hay una simbología más auténtica que en los villancicos donde las burras llevan remiendos y los peces se emborrachan como mosqueteros. Si consumimos, si nos hartamos de galletas y ofrecemos regalos, es para celebrar que la naturaleza no se para y que volverá la abundancia, que estamos llamando a la abundancia igual que a esa luz. Hasta las cajeras pasando dulces por sus manos tienen más sentido estos días que los nidos de ratones que roen calzoncillos. Sí, la ciudad está llena de mitos, los más auténticos y los más impostores. Rojos encendidos en el frío, campanillas que parecen dátiles, fiesta patinadora en las calles, muérdago sobre los besos como sobre cerezas, lazos en el cielo anisado, luz y más luz en sus bomboneras. La Navidad más verdadera es la Navidad pagana. La teología es un harapo añadido a sus rituales y un niño desnudo no iguala al sol en su ponchera. Me gusta la Navidad, soy un pagano. Cumplo con la tradición, enciendo velas, adorno con plata la eclíptica, quiero la bicicleta del sol y hasta escribo como cada año este artículo, el de la Navidad, que es el de siempre. La Navidad no está raptada, no se ha podrido su esencia, como dicen, porque esa esencia está en el ritmo de las constelaciones, de nuestras colmenas y de nuestro cuerpo que odia las bufandas, y no tanto en el de la mecedora de una Madonna. En todo caso, feliz Navidad, a los paganos y a los otros. Lo llamemos como lo llamemos, todos compartimos ese mismo deseo de luz, que sigue mereciendo rezo o simplemente esperanza.

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