20 de diciembre de 2007

Los días persiguiéndose: Gadafi hechizado (20/12/2007)

Aún no sabemos si viene de Pakistán, de los moriscos o de las forjas de la luna, pero el flamenco hechiza porque tiene la temperatura de la sangre y de los muslos de las mujeres. A Gadafi, con piel de cabra, lo conquistó María la Coneja, granadina del Sacromonte, donde los gitanos vivían en cuevas antes de que llegaran allí los guiris hippilones a hacerse collares con las uñas de los pies. El flamenco, exótico, salvaje, egipciano, se lo han servido aquí a Sinatra, a Lady Di, a Clinton, en las navajerías de la raza, como si fueran danzas de sables o rizos de Salomé. Aquí agasajamos con mitología, con veneno, con hogueras, con bronce, y el flamenco, las cabezas de toro y ciertas mujeres morenas son quizá todo eso. Creo que venimos de Las mil y una noches, del Cantar de los cantares, de los profetas iracundos, del vino oriental de los reyes, igual que venimos de la sabiduría del hambre y las trashumancias de los pueblos sin tierra pero con carromatos de muchos dioses. Éste es el misterio al que se rinden las actrices con el pie en champán, los crooners con pistola de nácar, los escritores con agonía de tabaco, los gobernantes con chalecos llenos de ases de picas y hasta los dictadores con vírgenes en botijas. Toda esta ponzoña, magia de yerbas, labios y crótalos, que ha cautivado de los románticos a los jeques y que les prepara sándalo cuando llegan a esta tierra.

Gadafi hechizado, arrebatado por el arte o por sus zahoríes un poco herodianamente. Los asesinos también han amado junto a las fuentes y han tocado liras ante la destrucción, que para ellos es otra forma de belleza. Lo que se ha llamado la “banalización del mal” (ya saben, Hannah Arendt y demás), daría para muchos tapices de este estilo, con carniceros de flamenquito o de merienda. Ahora Gadafi viene como con sus boticas del desierto, pero fue un día, antes que Sadam, antes que Bin Laden, la cara de la moneda del mal, y uno recuerda que hasta algunos lo veían en las profecías de Nostradamus, iniciando el Apocalipsis con todos sus caballos. Pero el mal es otro convenio, la política internacional es un asumido cinismo, y aquí se han desvestido hoteles y se han degollado corderos ante la plata y los violines de reyes y presidentes para hacerle honores al beduino, terrorista confeso, al que protegen vestales violadas por Marte, como la madre de Rómulo y Remo. En la diplomacia, como en los palacios luisinos, todos van cagameados y con olor a puta por debajo de las galas. Ha sido por las pateras y por el petróleo, para que a Zapatero no le caigan encima los muertos de la miseria y para que Repsol pueda hacer luego anuncios pervirtiendo poemas masónicos de Kipling; por esto le abrieron a deshora cancelas y tablaos, como a los señoritos, por eso le adularon con fiesta y brujería.

Gadafi, hechizado por María la Coneja, entre la grandiosidad y el turroneo del flamenco. “Éxtasis”, lo llamó este periódico. El flamenco es como el jazz, hay que sentir el pellizco o sólo se ve como unos músicos de mudanza por su casa. A mí, por ejemplo, nunca me ha terminado de llegar ese pellizco que hizo zapatear a Gadafi. Pero sí me ha llegado, intenso, duro, con olor como de sangre en correas, el asco de la hipocresía humana, zambreado esta vez por nuestra arquitectura de herradura, nuestras noches de fogatas y nuestras mujeres con la voz de sus grutas. Me doy cuenta de que los tiranos siempre aplauden fuerte y se ven guapos entre incendios y entre artistas.

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