4 de octubre de 2007

Los días persiguiéndose: Dos tonos (04/10/2007)

Al himno andaluz, himno de siega o de hambre, quieren bajarle dos tonos para que se cante mejor, en la tesitura del espíritu o del patriotismo, que es el tono de los futbolistas, de las diputaciones, de los boletines y de los domingos con alcalde como con organista. Estamos abandonando la política a los lobos y a los vivanderos, pero sin embargo nos da por renovar o transportar los himnos, buscarles letras, despertar a todos los músicos inspirados ya de invierno (el invierno es una sonata) para que sea eso lo que nos salve. Lo que no hace el Gobierno, lo que andan quemando por las afueras, lo que pierden las bolsas y lo que se llevan los poceros, quieren arreglarlo con una piñata de símbolos. Toda una comisión, concilio o cohorte artúrica anda buscando letra al himno nacional como inventándose un Evangelio, más que nada para llegar a las Olimpiadas, donde los himnos suenan a marcha nupcial y es verdad que parece que se casan los atletas con el país o entre ellos. Se diría que el que el personal se patriotice depende de que los héroes del pueblo contagien con su postura las ganas de ser un país, igual que contagian las ganas de rematar de cabeza esos anuncios con deportistas voladores. Se empeñan en el himno o se empeñan en las banderas, en que las banderas estén en su sitio y las atiendan bien los peluqueros de banderas para que enamoren con su presencia de señoritas con la falda volada.

No hay que menospreciar la pedagogía del símbolo, ni su fuerza, y un himno y una bandera son símbolos con tanto poder que han enfrentado a marinas y hasta a hermanos. Lo que no parece ni útil ni inteligente es que los símbolos hagan política y ciudadanía por nosotros, esperar que una rima o un estandarte aglutinen, conviertan, castellanicen o monarquicen a unos u otros por mediación del viento, el contrapunto o la magia, como si fuera aquella cruz que dicen que se le apareció a Constantino. Un símbolo también puede ser hueco y si no lo sostiene nada acaba en un paraguas de atrezzo. Este empeño de los políticos por centrarse en la ceremonia contrasta con las pocas ganas de dar auténtico sustento a esos símbolos. Yo no creo en patrias por muchos rizos que le pongan a las banderas ni por muchos soldados o damiselas que canten con fanfarrias o virginales. En lo que sí creo es en la idea de ciudadanía, que es una idea contractual (¿hay que volver a hablar del Estado como Contrato Social?). Los políticos atusan sus símbolos pero no los orientan a que signifiquen este compromiso cívico, sino que los hacen trapos sentimentales, escudos heroicos, pendones de guerra, retratos de una ideología, sellos de una identidad. Y éste es un pecado de los nacionalismos centrífugos, cada vez más fanatizados por el interés de la casta dirigente, pero también de cierto patriotismo español malcarado e ideologizante. Formen ciudadanos, no comulgantes ni forofos ni legionarios ni gudaris, y verán cómo el símbolo de esa ciudadanía no necesita imponerse con policía ni con banda de música. Poco dispuestos se ven los políticos a esto, sin embargo.

Quedémonos pues con un himno dos tonos más bajo, que lo mismo así resonará mejor con el alma andaluza, que es un arpa de cristal. Pero Andalucía pena y siente por otras cosas, y no tanto por la afinación de sus bandurrias. Aquí también renuncian cada vez más a la política por los epinicios. Quieren transportar el himno, que así se dice, alterar la tonalidad de esa partitura para hacer creer que nos modula el alma. Pero lo he probado y el himno más bajo sigue sonando a que falta pan y sobran melancolías.

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