12 de agosto de 2007

Reportaje: Un paseo por la realidad (12/08/2007)

N. A.: Texto original completo del reportaje, que puede ser diferente al que aparece en la edición impresa del periódico

SANLÚCAR DE BARRAMEDA.- Antes que Zapatero como un heladero, antes que Aznar y Blair con su amistad tuareg, a Sanlúcar ya venían los señorones y las infantas, a bañarse con sus velos y mecedoras, a curarse en la leche del sol y a mezclar sus hijos transparentes con los chiquillos renegridos del lugar, pescadillas humanas, descalzos como arponeros. A Sanlúcar la llamaban la San Sebastián del sur y tenía la salud salvaje del cielo destapado y de la mano del agua como un pañuelo mojado. Sanlúcar aún es una vid que llega hasta el mar, una linfa salada que crece en el campo, una copa del cielo volcada para la fiesta de hombres y peces. Tierra y mar, jornaleros y pescadores, y el barro de todo eso estatuado ante Doñana, pubis del Guadalquivir, bronce de Tartessos vivo y comido por los pájaros, donde creció la naturaleza como un incendio verde. Aún es todo eso, balconada de tierra y mar donde el forastero ve el principio del mundo, la partida del sol, el pozo donde van a caer o a purificarse las estrellas sucias de su ciudad. Hay tierra en las manos de los hombres, olas en los ojos de las muchachas, aun en la era del ladrillo, de la velocidad y de lo feo.

Sanlúcar está acostumbrada a visitantes descendidos, imperiales, exploradores; a posar con postura de postal y a ofrecer bandejas donde pone todo su corazón salado. Sanlúcar tiene la hermosura de las pobres y la pobreza de su blancura, que es como una túnica para todo el año. Porque Sanlúcar es pobre o eso dicen los números que le cuentan desde fuera. En el informe económico anual de La Caixa, cuando no aparece como el pueblo más pobre de España mayor de cincuenta mil habitantes, roza ese deshonor. Pero en esos informes no aparece la chapuza, el chanchullo, la charanga, la listeza, la economía sumergida que tiene allí su latonería. El pueblo donde Zapatero salió a procesionar y rechazó una bandeja de langostinos como barnizados a mano por el sol, no es ni una favela ni la Milla de Oro con barcas de corcho y cielos de pintor. Sólo tiene el truco de la historia, la doblez del hambre, el dinero con trampa o el misterio de la felicidad. O es que ha terminado haciendo de su necesidad su virtud, su estandarte, su reclamo, su singularidad. Con el mercado del vino (su famosa manzanilla que sabe a mar purificado) atravesando una grave crisis, con la pesca moribunda como el planeta, con una industria inexistente, quedan los cuatro jornales y el desempleo, y un turismo como de reserva india, refugio de una pureza de otro tiempo, sin apenas infraestructuras (5 hoteles en la ciudad). No es el modelo de la Costa del Sol. No hay allí cementerios con ventanas en la playa, ni reyes moros con helicópteros como jaboneras. Sí hay urbanizaciones, chalés con columnas con cabezas de caballo, pero los levantan los forasteros, o sirven para distinguir el éxito de unos pocos profesionales y empresarios, o el orgullo decadente de los cuatro apellidos herederos de aquella amarga tiesura del señorito. Eso, o los trae el dinero sucio del hachís, el mismo que exhiben niñatos en el Paseo Marítimo haciendo derrapar coches de 5 millones con estética de carriola. No hay en Sanlúcar yates versallescos, sino un turismo de ver pasar motillos con serón y de masticar el aire como dicen por allí que hacen los camaleones. Pero ni aun así hay el café a 80 céntimos que soñó Zapatero.

Quizá los políticos están siempre a la distancia de un brazo de la realidad. Zapatero desembarcado en Sanlúcar movía a los bañistas y a los vendedores de pistachos, que querían tocarlo como se quiere rozar con los dedos una diadema. Ese mismo rozar sin asir del pueblo con el político quizá también sirve para describir el paseo del político por la realidad, por la gente en su bulto, por el peso y el precio desconocido de las cosas. Llegar, como hizo Zapatero, a Bajo de Guía desde Doñana es saltar desde el mar a su espejo. Bajo de Guía es ese sitio religioso donde hacen crucifijos con los mariscos y los animales del mar salen como la diosa Venus de las espumas de la desembocadura del Guadalquivir, para ser comidos con veneración y lujuria por peregrinos, creyentes, que los desarman en blancas eucaristías con el sol como el Espíritu Santo presidiendo.

En Bajo de Guía está Sanlúcar en su cristalería, destilada de sus males y carencias. Lo primero que ve Zapatero de Sanlúcar está concentrado en una perla, forrado en una cajita. Fiesta de los elementos, cielo estucado, mar que hipnotiza, placer que entra inevitablemente como arena en los ojos. En Casa Bigote, donde los bogavantes parecen almirantes de marina, Paco Bigote afirma sin dudar que “En Sanlúcar se vive muy bien”. “Aquí la gente gasta con alegría --explica--, con más alegría que en la Feria de Sevilla, pero vienen mucho de fuera. Y dentro de la provincia de Cádiz, Sanlúcar es un sitio muy asequible. Unos langostinos, unas almejas y un pescadito, puede salir aquí por 45 o 50 euros por persona”.

¿Sabrá esos precios Zapatero? “Zapatero paga, o por lo menos, manda que paguen”, asegura Manolo Lazareno en el Mirador de Doñana, con ambiente marinero, decoración de camarote, sal que despierta el hambre y grandiosos bichos vivos que esperan ser admirados como veleros o comidos como bueyes. “El secreto está en lo natural del producto, y el sitio, el entorno, y la calidad humana”, dice su hermano Rafael. Allí es donde guardan igual que el Grial los catavinos con los que brindaron una vez Aznar y Blair, por el preacuerdo de paz en el Úlster, casi en la playa, como hamaqueros. “Queríamos llevarle los catavinos a la Moncloa y hasta cocer allí para él unos langostinos, pero ya no ha podido ser”, se lamenta Manuel. Presidentes, famosos... Quizá Bajo de Guía es una hermosa burbuja desprendida o un barco de púrura y lapislázuli atracado en el pueblo. “Aquí llega el presidente y pregunta: ¿qué, como están los langostinos?, y uno dice que cómo van a estar, estupendos”, comenta divertido Manuel. Y es cierto que están estupendos y a 84 euros el kilo ese día. En su última visita, Zapatero sólo saludó. No comió en Bajo de Guía, pero dejó ver su estela como la Virgen del Carmen, patrona de la gente de la mar, cuando la pasean en barcas con luces vivas y banderines de coral.

No estuvo Zapatero por los chiringuitos, donde podría haberse enterado de que la taza de gazpacho está a 2'50 euros y a 12 la ración de puntillitas. Tampoco pasó el presidente por El Colorao, en el que fue siempre el barrio marinero y allí simplemente llaman el Barrio, entre las calles donde nacieron Manolo Sanlúcar y Pajo Ojeda, el arte con hambre que da la tierra. Hay señoras con delantal en las casapuertas, una sencillez de pan en la mano o juegos parados de niños. En El Colorao, las familias, arropadas por el fútbol de la tele y por carteles de Jesulín de Ubrique que parecen ya viejos anuncios de Mirinda, comen pescaíto frito con una alegría diferente y purísima, como un verdadero acontecimiento. El otro acontecimiento allí es el domingo de pollo asado. Hay la distancia de un mundo entre Bajo de Guía y aquello. “Nosotros lo que queremos es que la gente pueda comer por dos pesetas y que salga satisfecha, pero siempre con calidad –dice Luis, el dueño-. Aquí una familia puede tomar sus gambitas y su bandeja de pescado y le sale a 10 euros por persona”. Allí no van presidentes, allí los camareros no parecen sobrecargos, pero sigue siendo Sanlúcar.

Lo que no parecía Sanlúcar, a decir de algunos vecinos guasones, era la Cuesta de Belén, baldeada, limpia desde por la mañana, sin la pringue que suele dejar la descarga del pescado fresco en la plaza de abastos, que le da olor a agallas y a manguera. Iba a pasar Zapatero, lo sabían todos, de vuelta del Ayuntamiento, y así lo hizo, procesionando. “Esto parecía la Semana Santa”, afirma un sanluqueño que lo vio. No pasó Zapatero por la otra calle paralela que lleva también al mercado, con un ambiente alegre de pajarería o de zoco. Aceitunas a granel, tomates de oferta (5 kilos, 3 euros) en balanzas de platillo, huevos que pregonan “muy gordos” a 1'80 la docena, señoras que venden camarones que aún saltan con la singular medida de un vasito de vino (1 euro el vasito). En los puestos de la plaza, con el pescado medio vivo con olor a tiburón y carteles de cristos que han terminado poniéndose cianóticos, el lenguado está a 16'80, las cigalas a 45 euros, y los langostinos que no probó el presidente están entre 20 y 30 euros el kilo, los más caros los atigrados, que parecen ciempiés gigantes del desierto. “No se los comería porque los vería muy gordos”, cree Rafael Llanera, pescadero que salió a la calle (algunos temían que les robaran el género en el barullo) y pudo darle la mano al presidente. “Me preguntó cómo estaba la cosa en Sanlúcar, y yo le dije que en verano medio regular pero que en invierno es una ruina, y él me contestó ''tranquilo, que hay dinero'' –asegura persignándose--. Palabra, por mi nieta que tiene tres años...”.

Del mercado con coquineras vestidas como su abuela, al centro, a la Calle Ancha, un salto como a otra ciudad que tampoco llegó a ver bien Zapatero en su rapidez. Allí ondean, como las velas de galeones en formación, los nombres de diferentes bancos y cajas de ahorro, hasta ocho en lo que abarca la vista. Es la Sanlúcar donde en inmobiliarias con miedo a la grabadora cuentan que no hay pisos de segunda mano en el centro por menos de 30 millones de pesetas y que los alquileres en verano, cerca de la playa, pueden llegar a los 2.500 euros al mes. Comercios, terrazas abarrotadas, camareros al sol con la calva colorada, lo que ve el forastero que, igual que Zapatero, no llega hasta las barriadas y sus desconchones de necesidad. Allí en la Calle Ancha, lo que sí llego a comprobar el presidente fue el precio de su querido laicismo, o más bien el de su derrota: todo el pueblo comenta que compró dos papeletas (20 euros cada una) de una rifa de un automóvil Honda a beneficio de la Hermandad de la Caridad, patrona de la ciudad. Y ya, la Plaza del Cabildo, palomas y gente mojadas por el sol y sus salsas, y Casa Balbino, con cabezas de toros en cucañas, con jamones totémicos, con los cofres del mar abiertos como cajas de música. No quiso probar los langostinos (27 euros la ración), por el agobio de la gente o por lo que significan de ostentación, ni las almejas (16 euros). Sólo su antojo de las tortillas de camarones (8 euros), que allí hacen con una secreta e inimitable orfebrería. Los langostinos los repartieron luego en la cocina, para los trabajadores de la casa.

Se fue después Zapatero, hacia Las Marismillas, donde cazaron reyes y otros presidentes contemplaron la belleza de ese atardecer que parece esparto ardiendo. No se quedó a vivir la noche sanluqueña. Podría haber ido a El almacén, antiguo ultramarinos del XIX que se conserva tal cual, con las copas de 4,50 a 5 euros y actuaciones; o a La mandrágora, decorada con fotos de cantautores y buena música, con tragos largos a 4 euros; o a La Herencia, en la Plaza del Cabildo, dispuesta como una iglesia gótica, con confesionarios sobre la barra y estatuas de monaguillos, con los cubatas a 5 euros. Allí, su encargado, Manuel Sánchez, parece el único que ese día abomina de la idiosincrasia de postal de Sanlúcar y se queja del paro, de su pobre nivel cultural, de su carencia de infraestructuras, de su abandono secular. Podría haberse quedado el presidente a las fiestas salseras de los chiringuitos de la playa (5 euros la copa también) donde las sevillanas juegan a ser caribeñas, y dormir por 106 euros en el Hotel Guadalquivir, de tres estrellas, desde cuya azotea se suicidan los sanluqueños. Pero se fue, habiendo rozado todo sin asir nada. Y no, no hay en Sanlúcar, uno de los pueblos más pobres de España según rezan las malvadas estadísticas, cafés a 80 céntimos. Como poco, 1 euro. Si acaso, por 70 céntimos podría haber probado un vasito de manzanilla a granel Viruta, en La Habana, en la Calle Santo Domingo, con oscuridad de catacumba y olor de vino en rama. Entre la realidad y Zapatero, hubo aquel día la distancia constante de su sonrisa.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Con retraso de meses llego a este blog de un magnífico narrador.

Respecto a este post sobre Sanlúcar,decir que nadie comenta la barbarie de los vertidos fétidos que lanzan impunemente al Guadalquivir,nada más termina la temporada de baño... y así hasta la próxima temporada veraniega.

Quién se ocupa de quitar el velo a tamaño disparate,pagando,como se paga,unos buenos milloncejos a la multinacional encargada-en teoría-,de reciclar la mierda.

Desde Jerez con cariño y mucho enfado por política barriobajera a cambio de cuatro gordas,unos jamoncitos de Jabugo y los muertos que tuvieron los muy hijos de putas.


Un saludo Luis M.