16 de agosto de 2007

Los días persiguiéndose: La estupidez y el odio (16/08/2007)

Se ven venir en las llamas de sus banderas, erguidas como cobras; viven todavía en las superstición de la sangre y de la tierra, cercados por los mojones y lindes que dejaron allí dioses agropecuarios, los que hablaban la primera lengua de los ríos, los que guardaban la pureza de los cereales y las mozas. Es fácil reconocerlos, porque suelen hablar de los derechos de los pueblos, pero no de los de las personas. Son, en realidad, un caso freudiano. Para que un individuo se haga adulto, debe desarraigarse de la familia, y si no, se convierte en un tarado. Igualmente, una sociedad no se hace adulta hasta que reniega de ser tribu, y si no lo consigue, sufrirá el infantilismo social y político que es el nacionalismo, cualquier nacionalismo. Harán tanques con la cultura, trazarán divisiones entre buenos y malos ciudadanos según sus opiniones, clamarán contra el enemigo de la colina de enfrente (enemigo porque es simplemente El Otro, sin el que no pueden comprenderse ni definirse). Su sueño es la uniformidad, la pureza racial o ideológica, algo ya imposible. Usan el lugar de nacimiento como blasón, pero también como insulto, como hizo Joan Puig con Magdalena Álvarez. Y aún más, todo esto les sirve para perpetuarse como casta dirigente. Me dan un miedo terrible los nacionalismos.

He visto las pintadas racistas en la judería cordobesa: un alemán con faltas de ortografía, una estrella de cinco puntas (el signo por el que se reconocían los pitagóricos, el símbolo esotérico que representa nada menos que al ser humano...) que esos crueles imbéciles han confundido con el sello de Salomón, con la estrella de David, que tiene seis. Me resisto a unir la locura nazi con estos nacionalismos del Rh o de la pela, pero ahí está también su Volksgeist, el espíritu del pueblo como destino y, aún más grave, como sometimiento del individuo a una falsa grandeza colectiva y sincrónica. Me resisto por lo que ello significaría, pero a veces encajan espeluznantemente. Sí, los oiremos hablar de los derechos de los pueblos, pero los pueblos son todos mentira, sólo está el individuo en su libertad o en su esclavitud, y lo demás es folclore. El ser humano tiene el tamaño del mundo, aunque lo quieran negar estas pequeñas chozas sentimentales; estas hachas que hacen con la raza, el nacimiento, la historia de sus flautas. Me dan un miedo terrible los nacionalismos, que son la involución humana más peligrosa junto con el fanatismo religioso. Asesinan, exilian, marcan, vetan o glorifican evaluando la sangre, la largura de los apellidos, las opiniones. Ya los conocemos. He oído el insulto de haber nacido en un sitio u otro, he visto puntos de mira en los muros de Córdoba, en sus calles con sombras como juntadas por manos. Y me he estremecido de horror. Algo une siempre a todas las locuras humanas. La estupidez y el odio, quizá.

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