8 de enero de 2007

Somos Zapping 7/01/2007

Discursos. Parecen siempre señores embarazados, contándonos sus cosas en el saloncito, y suenan igual que colocar la vajilla y encender velas. El Rey y Chaves, en una noche cristianizada de infantitas o en otra en que la calle ya se va preparando como para la fiesta de un transatlántico, hablan redondeces, cantan recitativos y sacuden tapices. Lo del Rey nunca he podido entenderlo. Veo dos posibilidades, a cual peor: o habla en nombre del Estado, lo que veo imposible porque el Estado es una ficción jurídica que no tiene opiniones ni manda crismas; o bien habla por él, y entonces se está sacralizando el parecer de “un particular”, como dice Sabina. Los presidentes autonómicos sí que hablan en el brindis de su propaganda y por eso bajar por la chimenea a hacer el recuento glorioso del año les infla mucho los mofletes. Chaves empezó su discurso con un pésame y continuó como una miss, con la paz en la Tierra y los paseos que le ha dado él a Andalucía por los salones y mapamundis de la ONU para el bien de los pueblos. Luego, siguió con esta nuestra “sociedad que se moderniza a pasos agigantados” y, cómo no, con la varita mágica del Estatuto. Ejemplar fue esa frase que nos decía: “Cuando seamos llamados a las urnas, nadie, por ninguna razón, debería sentirse tentado de negar su apoyo a Andalucía y a sus intereses generales”. Sí, nadie debería sentirse tentado de votar lo que él no quiere, a ver qué es eso de la libertad y de la democracia. Jóvenes en vivero, mujeres dolorosas y viejitos en su cabaña le sirvieron para terminar su pastel en el que se colaron cosas como “formentar (sic) el diálogo”, “remomover (sic) los obstáculos” o, hablando de la juventud, “aportar a Andalucía todo el caudal de iniciativas y capacidad que atesoro (¡sic!)”. Algo como el pavo muerto de todos los años, algo como la abuela en la butaca, algo como hablar de una nieve que no vemos. A mí estos discursos no me dieron ni banda sonora ni hambre ni esperanza.

Campanadas de corrupción. Es el leitmotiv nacional, la inspiración de todos los chistosos, nuestra mayor vergüenza en un cabaret. La corrupción, claro. Para sus gracias de calcetín, Los Morancos eligieron un supuesto Hotel Malaya y, aparte de la mediocridad del intento, sí había en esa Omaíta con maleta playera algo así como el viaje de todo un país desde la inocencia hasta una cárcel con guardia de tebeo que nos resume. En Nochevieja, también Cruz y Raya montaron un musical con la corrupción, en el que las bolsas de basura con dinero pasaban de un sketch a otro con gesto de rugby. Hacían gimnasia y villancicos con las recalificaciones y todos los concejales de las parodias se parecían a alguno de nuestro pueblo. Esa ponchera que es Nochevieja en televisión suele siempre recoger muy gráficamente la sustancia del año y uno recuerda esas fiestas, ahora desenlatadas por Hermida, en las que se cantaba al IVA, en las que el escándalo era la teta embuchada de Sabrina y para reír había que recurrir al tema de una empanadilla. Todo eso parece ahora melancolía, ingenuidad y trapo como los muñecos de Mari Carmen. En estos tiempos, es el trinque urbanístico al ibérico modo lo que nos da las campanadas y pone título no sólo a los especiales del año, sino a toda España. Hará época y se recordará para siempre, como aquel chocho con alitas de Ciciolina.

El vals fino. El concierto de Año Nuevo, otra vez, sacó de sus lagos a los cisnes más empalagosos y de sus coches a las señoras con más collares. El único Strauss que me gusta es Richard y esta otra familia de valses, polcas y loza me lleva con grima hacia los rizos de Sissi. Prefiero el Vals triste de Sibelius y otros que andan por ahí embozados, como en la Sinfonía Fantástica de Berlioz o en la Octava de Dvorak, al pony musical del Danubio azul. Y esto, a pesar de que me lo traiga Zubin Mehta, aunque mi favorito es Harnoncourt. Pero, ay, el vals vienés, esa fantasía de campesinos... Por eso hasta en La buena gente han puesto a parejas de jubilados a bailarlos, sonando, eso sí, a teclado de los de cabra y trompeta. En Canal Sur no saben el término medio entre lo hortera y lo decadente. Antonia Moreno lo expresó muy bien: “Yo siempre he visto el vals como algo tan lejano a mí, tan fino...”. Pues eso, a seguir queriendo ser finos, que vais bien.

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